jueves, 25 de octubre de 2012

XXII. La China (ii).

Queridos lectores:

Libo vino al hotel a la hora convenida, y nos fuimos para la Gran Muralla (05.10.12). Libo se graduó en la universidad y es profesora de dibujo y pintura en un colegio, pero no pude aclarar mucho más. Ya en el metro, Asís entabló conversación con ella. Asís, canadiense de origen somalí, Sara, idem de origen indio, Max y Gas, holandeses, iban juntos también a la Gran Muralla, y habían escogido visitar el mismo tramo que nosotros: Mutianyu. El trecho más popular y visitado de la Gran Muralla, Badaling, está tan masificado que en inglés lo llaman, en vez de "The Great Wall" (La Gran Muralla), "The Great Mall" (El Gran Centro Comercial). Aunque también popular, Mutianyu es razonablemente tranquilo porque está más lejos, y además pueden verse algunos tramos de muralla sin restaurar, aunque muy a lo lejos.

Unimos pues fuerzas y tomamos un primer autobús interurbano, con la ventaja de tener a Libo de intérprete (a pesar de su inglés). En un par de horas nos apeamos en el pueblo para coger una furgoneta ya hasta la muralla, a no más de quince minutos. Un conductor se nos acerca y nos propone un precio exorbitante por llevarnos a los seis. Dejo que Libo discuta con él en chino. Como la negociación no prospera, les digo a Libo y a los chicos que nos vayamos. ¿A dónde? es igual, el caso es movernos, algún otro conductor se nos ofrecerá o quizá éste cambie de opinión. Salió bien: no habíamos andado ni veinte metros cuando el taxista corrigió el precio a la baja. Conforme, nos vamos.

Evitamos caminando el atasco de la entrada: no hay tantos coches, pero con el estilo chino de "primero yo y luego los demás", el caos está garantizado. Compramos algo de comida, pero no mucha porque los chicos insistieron en compartir la suya, abundante, y nos sumergimos en el callejón turistíco que lleva a la taquilla. Fruta escarchada, camisetas con dibujos sobre la muralla a medio dólar, recuerdos de todo tipo voceados  a plena voz y bastantes turistas, sobre todo chinos. Sacamos entrada para subir a la muralla en teleférico. Hace mucho calor y no me apetece pegarme la gran sudada para empezar. Al final subimos todos así, pagando entrada rebajada gracias al carné de conducir, treta de los chicos, que nos acredita como estudiantes a los ojos de la taquillera, que más que despacharlas, manotea las entradas a gruñidos.

Asís negociando con la frutera.

Sara haciéndose pasar por estudiante.

El lugar es muy bonito: una pequeña sierra de montes intrincados y boscosos, recorrida hasta donde alcanza la vista por la muralla. Esta es no muy ancha ni muy alta, pero desde luego, monumental por su longitud. Y no se ve desde el espacio: antes se vería cualquier autopista del mundo, son mucho más amplias.






Comentamos la idea de bombero que tuvieron los chinos pretendiendo parar invasiones con un muro en las montañas. Nos imaginábamos al general mongol en el cuartel general de Chiguis Jan explicando por qué había dado la vuelta con su ejército de decenas de miles de soldados tras recorrer cientos de kilómetros y franquear montones de montañas y ríos: había una pared de unos cuatro metros, y no me quedó otro remedio. Ocurrió lo predecible: los mongoles arrasaron y fundaron la nueva capital, Pekín. Adriano había tenido la misma ocurrencia en Escocia, pero parece que los pictos estaban más ocupados en pintarrajearse el cuerpo que en saltar paredes.




Sara, Asís, Libo, Gas, Max y un servidor.




Asís y Sara son profesores de matemáticas en colegios privados, en el centro de la China. Llevan un año y estarán más tiempo. Dan las clases en inglés. Asís habla somalí y ha estado en el país, que me dice no es peligroso. No para tí, claro, que eres de allí. Max y Gus simplemente están de vacaciones.

En el adarve hay también muchos tenderetes con bebida y comida, y los reclamos habituales.  Recorremos la muralla tanquilamente, hacemos centenares de fotografías, miramos los muros de la patria china, si un tiempo fuertes, de la carrera de la edad cansados y por ello desmoronados en los tramos más lejanos (esto es un plagio en toda regla a Quevedo). Nos detenemos a comer algo compartido entre todos, charlamos animadamente y disfrutamos del buen humor general, incluyendo la participación de Libo, oriunda del norte y encantada de ver, por fin, la Gran Muralla.

 

Tras varias horas por la muralla, deshacemos el paseo hasta tomar los carritos que nos bajen por una pista hasta la entrada. Es una manera divertida de bajar, aunque no se puede correr mucho porque es peligroso y, de todos modos, porque enseguida se forma atasco tras los conductores menos audaces.

Descenso a velocidades supersónicas.

Llegamos a Pekín sin novedad. Libo se despide y se apea antes de llegar a la última parada del autobús; los chicos y yo aún compartimos un tramo en metro antes de separarnos. En el hotel recojo la mochila y  llamo a Nan, mi anfitriona para los días siguientes. Aunque ya es de noche y se tarda una hora entera en llegar a su casa desde el centro en metro, no hay problema, me espera.

Nan comparte casa con Wuda en el norte de Pekín. La llamo desde la oficina de seguridad del metro, en su estación, y me recoge en la esquina, muy amable. Ya en casa, me presenta a Wuda y cenamos algo que Nan ha cocinado. Mañana sábado va a salir a dar un paseo por el campo con unos amigos por la mañana, y por la tarde hacen una mariscada en casa, estoy invitado a ambos acontecimientos y acepto gustoso, aunque cambiando el marisco por alguna otra cosa, si fuera posible, por favor. Sure! (¡claro!), es la respuesta de la animosa Nan que tan a menudo oiré en estos días, siempre acompañada de una sonrisa.

Abrazos para todos.

2 comentarios:

  1. Este capítulo suscita tantos comentarios...pero el principal es ¡la que se nos viene encima cuando el mundo esté controlado por los chinos! Por lo que estoy leyendo, es bastante preocupante la cosa. Cuando vuelvas, voy a poner a prueba tu memoria para ver si te acuerdas de los nombres de todos tus anfitriones. ¡Qué cantidad! No quiero dejar de comentar que a nuestra madre le habría fascinado leer tus entregas y sin duda se habría adelantado a todos con sus comentarios. Un abrazo, hermano.

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  2. Te cabe algo más de envidia en la mochila? Te la mando! Es curioso que la tal Libo no hubiera ido nunca antes. Y lo de los carricoches de la bajada, espantoso! :D

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