martes, 23 de octubre de 2012

XXI. Japón (y ix).

Queridos lectores:

La mañana siguiente se va en recoger el visado chino de la agencia. ¡Tora, tora, tora!, podré ir a la China un mes entero si quiero, pero con una sola entrada. Lo celebro comprándome el aftershave más barato que encuentro, a precio de oro líquido.

Por la tarde me acerco a Akasaka y a Ginza, una de las áreas más tradicionales de la capital, en la que se reúnen otro montón de tiendas caras de moda, de todos los precios y categorías, pero en edificios más principales. En honor a mi amigo José Ramón, su director de marketing, visito la de una conocida empresa valenciana de figurillas de porcelana. De nuevo, lo mejor es ver a la gente pasar, y cuando cae la noche, las luces. De las restricciones eléctricas que siguieron brevemente al desastre de Fukushima ya no queda nada, y aunque volvieran, Tokio aún sería con seguridad una de las ciudades con más iluminación publicitaria del mundo.





 

Por si alguien se pierde.
Las mujeres se lavan más las manos.

El día posterior (29.09.12) toca visitar el parque de Ueno, pasando antes por el mercado de Ameyoko, cuyo nombre es un acrónimo que alude a la presencia de las tropas estadounidenses en la ocupación que siguió a la Guerra Mundial. Es lo más parecido a un rastro que he visto en Japón, al pie de un tramo elevado de ferrocarril, con calles estrechas, puestos baratos apretujados y un montón de gente.


Ameyoko, en un raro momento de calma.


En el parque visito el Museo Nacional de Tokio, un contraste apacible al jaleo de la calle, tanto que no pocos visitantes sestean a pierna suelta en los butacones de las áreas de descanso. El museo es de los más importantes del país y resulta muy interesante. Además hoy está abierto el jardín tradicional anejo, por el que paseo hasta que los mosquitos enanos me conminan a marchar.


Patrullando el parque de Ueno. 

En el museo.

"Belleza mirando atrás" de Hishikawa, S XVII.
Celebérrimo en el Japón.




De vuelta al parque.


De Ueno paso a Asakusa, que antes de la guerra era el lupanar de la capital, pero donde ahora se alza la torre del Tokio Sky Tree, inaugurada este mismo año. Con 634 metros, es la más alta del mundo en no sé qué categoría. Enorme e iluminada con colores cambiantes, es el remate sobresaliente de un extenso e intrincado centro comercial. La cola para subir es también sobresaliente en este sábado por la noche, así que hago tiempo en espera de que se despeje un poco. Subo luego al primer observatorio a no sé cuántos cientos de metros, y la vista es única. De día o de de noche, Tokio desde lo alto es impresionante. Otra cola enorme me hace desistir de subir al observatorio superior, pero no creo que la perspectiva varíe mucho unos pocos metros más arriba.






Tokio de noche.



El domingo (30.09.12) me animo a correr en torno al Palacio Imperial, en el centro y no muy lejos de mi hotel. Según me explica luego un grupo de corredores que vienen a entrenarse aquí para la maratón, son cinco kilómetros, más otro para llegar, seis. Los cuales corro a velocidad decreciente en cuanto la falta de forma calma el afán de emular a gente mucho más rápida que un servidor. Empero, ha sido gratificante: hace una mañana magnífica y aunque del conjunto imperial sólo se vean foso, murallas y árboles, es bonito, y estimulante correr entre tanta gente.

La visita del día es Shinjuku, el barrio con la estación de tren más bulliciosa de Tokio, aunque siendo fiesta la gente se puede contar por millares y no por decenas de millares, calculo a ojo. Además de los aledaños de la estación, que tienen cierto interés arquitectónico, en el barrio se erigen muchos rascacielos, incluyendo los gemelos del ayuntamiento, de los más antiguos y con observatorios elevados. Paseo entre los edificios y disfruto de las vistas.

   
Los rascacielos del ayuntamiento.

Tokio Sky Tree al fondo.


Al atardecer, bajo la lluvia en la que ha quedado un tifón que recorre Tokio, repito en Omote Sando y Shibuya pero el espectáculo hoy por la noche está muy mermado de gente, y doy el día por concluido.









La última jornada en Tokio visito Akihabara, el barrio eléctrico, así llamado por la proliferación de comercios de electrónica, entremezclados con locales de vida alegre (se supone que en Japón no hay prostitución) anunciados en la calle por chicas que reparten panfletos ataviadas de modo grotesco entre enfermeras, sirvientas y amas de llave góticas.

Akihabar, hogar de ...

...  AKB48 ...
 
 
... y de Mazinger Z (y no la estepa mongola).

Señorita haciendo publicidad.

Manga pornográfico para todo el mundo: por tiendas que no quede.

Compenso este ambiente acercándome al barrio anexo de Yimbocho, en el que se concentran las librerías, sobre todo de segunda mano. Entré en una que anunciaba libros extranjeros, y efectivamente estaban muy bien surtidos. El anaquel de exploraciones y viajes era impresionante: en inglés y francés había no pocos tomos a cuál más interesante sobre las expediciones de Przhewalski, Hedin y muchos otros. Los hojeé uno por uno con delectación; consideré incluso comprar alguno y remitirlo por correo a casa, pero los precios eran prohibitivos. Me fastidió no entender el japonés porque, a juzgar por la selección de libros extranjeros, la japonesa debía ser magnífica.



Muchos, buenos y, los que me gustaban, muy caros.

Por la tarde me fui a pasear por el Palacio Imperial y el parque de Hibiya, en el centro. Del palacio sólo se puede visitar una parte de los jardines exteriores, que contrastan con los rascacielos en torno a la estación de Tokio.  En el parque, más pequeño y con no pocas construcciones permanentes, ví también uno de los pocos pordioseros que encontré en Japón. No fueron muchos, pero desde luego que los hay.



Baluarte del palacio imperial.

Al otro lado.

Enésima pose a la japonesa.
En el parque de Hibiya.


Aunque por la noche ya estaba cansado, hice un esfuerzo para coger el metro hasta Roppongi y asistir a una clase de karate. El gimnasio era apenas una sala grande en un octavo piso. Uno de los alumnos hablaba mínimamente inglés y tradujo al sensei mi petición de asistir como público, a lo que no hubo más objeción que la de no tomar fotografías. De acuerdo, gracias. Aunque fuera de estilo kyokushin, distinto del shito ryu que un servidor practica, la clase me resultó muy interesante. El sensei era un primer dan y los alumnos sobre todo cinturones marrones. Los saludos ceremoniales y otras expresiones que pude entender eran iguales a las que usamos en Madrid, incluso las pausas. Antes de terminar la clase cada alumno gritó algo distinto que parecía una reflexión en voz alta, pero como el inglés de mi intérprete era muy escaso no lo inquirí. Lástima de karategui, porque me quedé con unas ganas tremendas de unirme a ellos. Sin hacerles de menos, he de decir que las clases de nuestro sensei Armando son mucho mejores, sin duda, y también la calidad media de los alumnos; al menos a juzgar por lo que ví esa noche.  Me despedí del sensei, comí un arroz rápido en el bar de la esquina y me marché al hotel desoyendo las llamadas de porteros occidentales para que entrase en sus "bares de caballeros".


A la puerta del dojo.

En el metro tokiota hay vagones sólo para mujeres a ciertas horas.

Tras casi tres semanas, llegó el momento de dejar el Japón. Igual que Corea, no era un país que a priori me atrajese especialmente pero quedé encantado, aunque de tan civilizados me parece que los nipones están ya un poco pasados de vueltas con algunas cosas. Puede que los coreanos lleven el mismo camino, pero son algo más naturales. Volvería gustoso a ambos países en cualquier momento.

En el aeropuerto de Narita me esperaba un contratiempo: la agencia en la que compré el billete a Pekín por internet no lo había expedido y no podía volar. Las señoritas de la compañia aérea fueron amabilísimas e hicieron cuanto pudieron por ayudarme. Al final y no sin trabajo, gracias a sus consejos y a mi ordenador portátil pude viajar en el  avión de la tarde.


Así da gusto.

La China ya no quedaba tan lejos.

Abrazos para todos.

2 comentarios:

  1. Cierre de un brillantísimo capítulo, la verdad. Me ha encantado porque sabemos tan poco de esas culturas. A ver si un día tengo razones para acercarme. Corea es de hecho una gran cantera de voces operísticas de calidad. ¡China te (nos) espera!

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  2. Muy bonito Japón. Insistes en las AKB48. Qué pena no leer japonés, jajjaa, jomío, que no hay que leerlo todo. Tranquilo!

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