domingo, 28 de octubre de 2012

XXII. La China (iii).

Queridos lectores:

Madrugamos para evitar el atasco mañanero (06.10.12). Vamos en el coche de Nan, prestado por su empresa. La China que veo está llena de gente y de coches. Claro que también hay bicicletas, ciclomotores, triciclos y todo tipo de transportes, eléctricos y a motor de explosión, pero la impresión general en cuanto al tráfico rodado y las carreteras es semejante a la de un país occidental. Vamos a las Colinas Fragantes, cerca del parque botánico de Pekín, al noroeste de la ciudad. Mientras un montón de gente va llegando de todas direcciones, nos reunimos con Bambú en una cafetería. Llegan luego Yimbo y Abby, y finalmente John. Ya estamos todos.

Nan es una montañera de primera.


La excursión consiste en una ascensión tranquila de un par de horas por las colinas, pasear luego por lo alto y bajar hacia el jardín botánico de Pekín para, atravesándolo, volver al punto de partida.

Con Yimbo.

Vistas desde el paseo.


Bambú, Yimbo, Abby, un servidor y Nan, fotografiados por John.

El camino es empinado y a ratos hay que trepar un poco, lo cual lo hace más entretenido. Hay gente: mucha según nuestros baremos, poca para estar en Pekín. A algunos excursionistas el entretenimiento les debe parecer insuficiente y lo completan con música a todo volumen en aparatos que llevan en bandolera, o a la cintura. Una mujer de mediana edad está empeñada en imponernos su banda musical aun a costa de sus tímpanos. La dejamos pasar. Cuando llegamos arriba hacemos un alto para comer algo y contemplar las vistas, que no están mal aunque las colinas no son muy altas. Hace un sol esplendoroso.

John es ingeniero informático, y muy aficionado a la fotografía. También ha trabajado de intérprete de inglés. Entre otras muchas cosas, me cuenta que en su país todo se hace deprisa y corriendo, sin que importe que la calidad se resienta. Edificios construidos apresuradamente suelen dar problemas luego. Abby y Yimbo son pareja, ambos amigos de Nan, que los presentó hace un par de años. Tienen un negocio de venta por internet, del que Abby atiende la gestión, y Yimbo, otro ingeniero informático, la parte técnica. Todos ellos son aficionados a correr. John y Abby son buenos maratonianos, y también Nan ha corrido alguna maratón, pero según ella, llegando justita para evitar quedar fuera del control; a mis ojos, una hazaña en cualquier caso.

John lleva también un reproductor musical, pero lo administra con prudencia y sólo cuando estamos arriba, comiendo algo, lo pone y no muy alto. Los cinco siguen una canción célebre y muy melosa que habla de la belleza de Mongolia Interior, al norte del país. En general toda la música que se oye es una mezcla almibarada de melodías chinas con arreglos occidentales.

Al regresar por el jardín botánico (nos ahorramos pagar la entrada por venir desde atrás), hay cada vez a más gente. El jardín es interesante: hay una surgencia de agua entre rocas donde la gente rellena las cantimploras. También hay metasecuoyas, un árbol que se creía extinto en la prehistoria y del que se descubrieron ejemplares a mediados del S. XX.

Las metasecuoyas.



Acabada la excursión, nos vamos por nuestra parte Nan, Bambú, John y un servidor para pasar por el mercado local de pescado y hacer la compra para la mariscada. Volvemos con un tráfico ya muy pesado, a mediodía. En el mercado, parecido a los nuestros, además de todo tipo de marisco se venden tortugas y ranas toro. Mientras Nan, una experta, y Bambú escogen la comida, incluyendo ricas larvas de gusano de seda, John y un servidor curioseamos por los puestos.

John y Nan en el mercado.


Tortugas frescas, con rana de premio.

Reunidos todos de nuevo en casa de Nan, y con la adición de dos amigos más, preparamos la mariscada, mientras Yimbo hace gala de sus conocimientos informáticos instalándome un programa en el ordenador para eludir la censura gubernamental de internet. Lo gracioso es que el programa se lo baja directamente de internet, le hace unos cuantos ajustes, y listo. Igual que en Irán, la red se les escapa entre los dedos.

La barbacoa fue un éxito, entre otras cosas porque me ahorré comer larvas de gusano y demás delicatessen. John me explica que, entre los chinos, los cantoneses tienen fama de comer de todo. Lo cual no deja de asombrarme viniendo de otro chino que, como él mismo comenta, también come de todo, incluyendo perro cuando alguna vez se lo han dado a probar, aunque eso es más propio de coreanos, que tienen una raza especial para ello, me asegura. La pobre Wuda se lo perdió (no había perro, pero sí larvas de gusano) porque tenía mucho trabajo y llegó a las tantas. Así terminó un día festivo de principio a fin

Barbacoa en el patio de Nan.


El domingo me fui a ver el Templo del Cielo, en el centro de Pekín, que no es un templo, sino un conjunto de edificios para rituales votivos de los emperadores, en un parque muy grande. En toda China, los espacios públicos son muy aprovechados por la gente para bailar, jugar, cantar o hacer música en grupo. Entre semana se les ve por la tarde, incluso por la noche, cada grupo con su propia música, bailando todos al unísono o en parejas, siguiendo las indicaciones de alguien que dirige.

Bailar ...

 ... o jugar a las cartas, el caso es pasarlo bien.

Rabilargo: sólo lo hay en China y en la Península Ibérica 

El Templo del Cielo.



Del Templo del Cielo fui caminando por el parque hacia Tiananmen, para ver algunas de las calles del centro, y las puertas monumentales que, por el sur, en su día cerraban las murallas, hoy reconstruidas en todo o en parte. Por todas partes hay gente. Sé que lo he dicho antes y que lo repetiré, pero los gentíos son, sin duda, notorios en toda la China, a todas horas, sea donde sea. Nada de lo que extrañarse, desde luego.

Antigua puerta sur de las murallas, reconstruida.

Después me acerqué en metro a las instalaciones olímpicas, donde Nan se reunió conmigo a la caída de la tarde. Había mucha gente paseando, pues hay una amplia avenida, parques y algunos restaurantes. La iluminación nocturna de los edificios es muy llamativa, y la gente aprovecha también las explanadas, muy espaciosas, para los consabidos bailes en grupos y otras actividades por el estilo. Ni faltan buscavidas disfrazados de ratón de dibujos animados que se ofrecen de buenas a primeras a retratarse con los paseantes para pedirles propina luego. Nan me los hizo notar y estuvimos observando a un par: la contrariedad de los turistas (chinos) era muy expresiva, nadie habló de dinero, y se hacía evidente la violencia de la situación por la desabrida insistencia de los ratones de pacotilla. Un mal trago resuelto accediendo a la extorsión ratonil. Aparecer la patrulla policial y desaparecer los ratones fue todo uno.

Tan pequeño y mirando bajo las faldas.

Nan y un servidor paseamos, hicimos fotografías y comentamos acerca de Pekín y las Olimpiadas. Ella se ausentó de la ciudad a propósito. Según Nan, muchas cosas, como de costumbre, se hicieron deprisa y corriendo, y ahora se nota: incluso el famoso estadio, el Nido de Pájaro, empieza a dar muestras de cansancio apenas cuatro años después. Se celebran en él conciertos y otras actuaciones, pero sin que naide se entusiasme por él. Hay una famosa canción de los Juegos cuya letra en inglés Nan traduce como "Pekín acabará contigo": se refiere a la polución, grave problema en toda China, la masificación, y las otras aflicciones comunes de toda megaurbe.

Dejamos atrás los restaurantes para turistas y cenamos en uno chino por y para chinos, antes de concluir el paseo de noche para ver las iluminación nocturna, muy espectacular, con cambios de color a cada rato.

El centro de deportes acuáticos.


Nan ante el "Nido de pájaro", el estadio olímpico.

Cometas iluminadas.

Abrazos para todos.

3 comentarios:

  1. ¡Hombre... metasecuoyas y rabilargos! Ya me quedo más tranquila ;-)

    Besos,
    Yoya

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  2. No hay derecho. Yo escribí un comentario esta mañana y no se registró: No te hagas ilusiones, YOya, que te llevo delantera...

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  3. No has contado qué comiste la noche de la mariscada. Alguna rana o tortuga rellena? Si comiste marisco solo por cortesía, deberías confesarlo públicamente.

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