lunes, 18 de junio de 2012

XII. Jordania (y iii).

Queridos lectores:

Pasé dos días más en Aqaba. En el primero salí de nuevo con Atwa a bucear unas horas por el arrecife, en otra zona.

El Mar Rojo es muy agradecido para los buceadores de superficie como un servidor. Los corales son espectaculares, abundan los peces de muchos y vistosos tipos, no hay mucha gente, la temperatura del agua es agradable (un poco fresca a la larga, entre hora y hora salíamos a la orilla a recuperar algo de calor) y no hay más que apartarse unos pocos metros de la orilla para llegar al arrecife.

Visitamos un pecio por el que más abajo veíamos a los buceadores con escafandra, y también un tanque militar hundido años atrás para crear un arrecife artificial. El segundo día me despertó la llamada de Atwa a las siete de la mañana: "he dormido con mi familia en la playa, compra pan y vente para acá, que nos vamos a bucear". Dicho y hecho, compré un montón de pan de pita en una panadería que olía de maravilla, tomé un taxi y me reuní con Atwa, sus hijos (un crío y una cría pequeños), su mujer, su hermano y su cuñada.

Las mujeres, como todas las que ví en Aqaba, se estaban bañando vestidas hasta la coronilla, literalmente. Sinceramente da lástima que tengan que andar así, por mucho que pueda ser una elección personal atendidas sus creencias religiosas, mientras sus maridos se pasean tranquilamente en bañador. Atwa tiene ideas modernas y también lo deplora, aunque dice que la mentalidad va cambiando muy lentamente. Además de secuestrarles el cuerpo tras la ropa, vestirse así es incluso peligroso para andar por el agua, como el mismo Atwa señalaba mientras veíamos a unas chicas moverse torpemente por entre los arrecifes de la parte más somera.

La vida es muy cara para los jordanos. El pluriempleo está a la orden del día, según me explica Atwa, y la gente tiene dificultades para salir adelante. No obstante, lo que sí tienen muy claro y parece opinión común, es que para prosperar necesitan calma y estabilidad. Por eso todos aplauden la política de evitar conflictos con los países vecinos y, al revés, presentarse como un remanso de paz en una región tan agitada. Jordania tiene una grandísima población de refugiados: sirios, palestinos, iraquíes, etc. La efigie del rey aparece por todas partes y aunque al principio ni siquiera hablaba árabe correctamente, parece que es muy aceptado (parece, digo) como gobernante, aunque todos hablan mejor de su difunto padre y algunos critican el origen palestino de su esposa.

Estuvimos buceando varias horas, con alguna parada para asolearnos, y salimos por una porción de playa privada donde Atwa tuvo que explicarle al vigilante que ya nos íbamos. Los grandes hoteles se están haciendo con la gestión privada de trechos de la playa, eufemismo que en la práctica excluye a todos los que no se puedan permitir los cincuenta euros que de promedio le cobran a uno por el acceso.


                                                      La playa en versión musulmana.

El último día en Aqaba (03.06.12) empezó visitando una reserva de aves pegada a Israel (se atraviesa un primer control fronterizo), hacia el interior. De hecho se pueden leer a simple vista los carteles de los centros comerciales de Eilat.


 
 El otro lado es Eilat.

La reserva la componen unas antiguas graveras o salinas medio recuperadas, aunque en las inmediaciones siguen los trabajos de extracción. Las aves más grandes que ví fueron los aviones de una escuadrilla ensayando acrobacias sobre un aeródromo, al otro lado de la carretera.  Aparte de esas, algunos moritos, garzas variadas, un halcón tagarote, un halcón abejero, una colonia de aviones zapadores, pocos patos, algunas limícolas y nada más que llamase mi  atención ni la del muchacho al cargo, que quiso acompañarme.




Regresé a la ciudad, telefoneé a Atwa para despedirme y tomé el autobús que me había de llevar, en unas cinco horas, a Amán. El autobús era bueno, sobre todo porque carecía de hilo musical, aleluya, y la autopista del desierto (así la llaman) era una verdadera autopista. Lo mejor fue la parada a mitad de camino: arrimados al arcén en medio de ninguna parte; por no haber no había ni una triste sombra. Bajó la gente, se echó un pitillo, tiró las colillas, latas y demás envases al suelo con total normalidad, vuelta al coche y a la estación de autobuses cruzando la barahúnda de la capital.
El siguiente autobús ya era de línea pública: un microbús que sale en el momento en que, a juicio del conductor, se llene lo bastante. En esta ocasión unos tres cuartos de hora. Destino: Jerash, a una hora al norte de Amán.

Llegué a Jerash, me apeé junto al impresionante arco triunfal de Adriano, y tras comprobar que el único hotel del pueblo carecía de internet, decidí irme a otro que se suponía además más agradable, en lo alto de unas lomas, en las afueras. Me aposté en el cruce del centro del pueblo, rehusé varios ofrecimientos (remunerados, claro) de llevarme a Amán otra vez, no, no, no, y por fin un gañán (es una definición, no un insulto) se avino a llevarme al hotel. Regateé y nos marchamos.
El hotel era agradable y estaba, efectivamente, en un alcor entre olivares. Decidí aprovechar el atardecer para corretear y relajarme de tanto autobús. Empecé bien, pensando por consolarme que remontar luego el desnivel daría mérito a mi esfuerzo; seguí tranquilamente, desoyendo los ladridos de perros atados y disfrutando de las vistas, hasta que topé con varios sueltos a los que no les caí en gracia.  Salieron no menos de ocho a cerrarme el paso. Me detuve y caminé con calma, pero el líder tenía muy malas pulgas y empezaban a rodearme. Agarré tres o cuatro piedras bien grandes y amagando amenazadoramente conseguí que me dejasen pasar; confieso que pasé un par de minutos muy desagradables. Al más idiota le tuve que lanzar una pedrada disuasoria para que no me persiguiera. Lo malo es que para cerrar el círculo me tocó subir una tremenda cuesta (no exagero, la subimos en segunda cuando vine con mi amigo el gañán), para pasmo de los automovilistas que bajaban.

Menos apacible de lo que parece.

A la mañana siguiente me recogió un taxista. El mismo que rehusé la víspera negociando por teléfono a través del recepcionista, sólo que la noche había pasado en mi ventaja y finalmente llegamos a un acuerdo razonable para que me llevase a varios sitios. No hay autobuses a la frontera, así que decidí hacer virtud de la necesidad y ampliar el programa.

Empecé por Jerash, la Jerasa de la decapolis romana: diez ciudades con rasgos comunes en el extremo oriental del imperio. Las ruinas, sólo parcialmente reconstruidas, son de las mejores sin necesidad de recurrir a categorías singulares: grandes arcos, hipódromo, templos, avenidas bien conservadas, dos teatros, un gran foro elíptico, etc.









Tras recorrer a gusto todo el yacimiento, en el que se puede ver a los arqueólogos trabajando (y dormitando a la sombra, todo hay que decirlo), nos fuimos a Ajloun, siguiente parada. Por el camino el taxista me contó su historia: es ingeniero y biólogo, y por cómo hablaba cuando le pregunté sobre esos temas, me pareció bien cierto. Estudió en la India, y hace más de treinta años tuvo una novia allí con la que había retomado el contacto unos meses atrás. Ella es una actriz famosa en su país y está casada, pero según me dijo su relación es platónica: hablan por teléfono constantemente y con el beneplácito del marido, quien, precavido, permite a su mujer viajar a cualquier parte menos a Jordania. Todo el mundo tiene una historia que contar.

Ajloun es un alcázar sin mucho cuento en su preceptivo promontorio (¿o era al revés?), desde el que se otea el valle del río Jordán, que separa Israel de Jordania.

De los calores del mediodía ...


 ... al frescor de la mazmorra.


 El valle del Jordán, tras la calima, en segundo plano.


Del alcázar a la reserva forestal de Ajloun. El norte de Jordania no es desértico, sino que, como ya he consignado, hay olivares y paisajes muy semejantes a los del sur de España. La reserva es un retazo pequeño de monte con la cubierta vegetal bien conservada en el que han aprovechado para reintroducir algunos corzos, extintos antes en el país. Pagué el rejón correspondiente de la entrada (en Jordania se va a pagarlas con las manos arriba), me dí un buen paseo y enfilamos hacia la frontera tras una breve parada en un colmado para comer unas galletas.


¿Lobos o arrendajos? Se ruega confirmación de los zoólogos, por favor.

Al taxista enamorado, biólogo e ingeniero le relevó un colega que no me contó su vida, pero que pertenece al servicio específico de taxis de la frontera. "Paso fronterizo del Valle del Jordán". Primera parada: inspección inicial del pasaporte, rayos X y detector de metales. Vuelta al taxi. Siguiente parada: pago de derechos de salida, revisión del pasaporte, interrogatorio del policía jordano, somero, pero interrogatorio. Al andén, a esperar casi una hora el autobús que releva a los taxis. Cruzamos el Jordán por un puente. Pasamos a Israel. Inspección de los bajos del autobús en tierra de nadie. A las oficinas de Israel. Rayos X y detector de metales. Inspección del pasaporte. Me quedo el último. Interrogatorio, muy amable, con sonrisas, pero interrogatorio y no somero, sea por costumbre, sea porque pedí que no me sellasen el pasaporte ("¿por qué no?: porque quiero ir a Asia central y he leído que puedo tener problemas"): nombre de los padres, de los hermanos, para qué vienes, qué vas a visitar, si vas a ir a Cisjordania o Gaza, a quién conoces en Israel, cuándo piensas irte, nombre de los padres, nombre de los hermanos, a qué te dedicas, señas en tu país, si vas a ir o has estado en Irán, Afganistán, Pakistán y no sé dónde más (lo contrario, si había estado en Israel, me lo preguntaron en Estambul al abordar el avión rumbo a Líbano), qué has hecho en Jordania, y en Líbano, con quién has estado, repíteme las señas, y no sé cuántas cosas más. Muy bien, aguarda por favor, no es nada personal, hemos de comprobar tus datos con la central y tardaremos entre media y dos horas. Puedes sentarte. ¿Puedo beber agua?, por supuesto, y si quieres comer algo avísame.
No pasé más de una hora leyendo plácidamente hasta que me devolvieron el pasaporte con muy  buenos modales y un papel separado con el sello de entrada. Estaba en Israel. Habían sido más de tres horas, pero ya sólo tenía que coger un taxi para llegar al pueblo y de allí intentar alcanzar el último autobús a Jerusalén. Parecía que podía relajarme, o no.
Abrazos para todos.

(Nota: Por problemas con la censura esta entrada está editada por Pablo, hermano de Fernando. Los errores son míos, y los aciertos todos de Fernando.)

3 comentarios:

  1. así no vale, y tú lo sabes, ya veremos la próxima.

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  2. Se va una dos días a la playa y le crecen los enanos... ja ja.

    Fernando, lo sigo pasando genial con tu blog. A mi me encantaron Jordania e Israel, ardo en deseos de ver qué te parece a ti.

    ¡Besos!

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