viernes, 29 de junio de 2012

XIII. Israel (iv).

Queridos lectores:

Cogí el autobús en la terminal de Jerusalén y en poco más de una hora estaba ya en Tel Aviv. Como no había conseguido contactar con nadie aún, decidí dirigirme a un hotel cerca de la playa, previa la rutinaria pelea con el taxista árabe (en esta ocasión aceptó llevarme cuando en realidad desconocía la ubicación del hotel, e incluso su nombre correcto; como dijo alguien, son los únicos automovilistas en todo el país que no tienen gps).


El hotel estaba lleno, lo cual a la larga fue una suerte. Decidí irme a la playa tranquilamente, para lo cual hube de encontrar dónde dejar la mochila, tarea difícil en un país en el que el peligro de atentados terroristas es muy real. Finalmente encontré un albergue que lo aceptó, y me fui a bañar tan ricamente.

Vista de Tel Aviv.

Tel Aviv me resultó muy agradable, pese a que es una ciudad que carece de especiales encantos, grande, moderna, con rascacielos y grandes hoteles cercanos a la playa. La playa en sí misma es muy buena, de arena fina y muy extensa, con algunos chiringuitos, muy del estilo de las nuestras. Pasé la tarde tranquilamente y aproveché para hacer tiempo por si alguien quisiera responder positivamente mi petición de acogida. Así fue. Itay me podría hospedar esa noche, así que le llamé por teléfono y al rato recogí la mochila y me fuí a su casa.

Itay resultó ser un hombre muy agradable, fotógrafo en paro, con un piso estupendo cerca de la playa. Tenía planes para ver una sesión de cortometrajes en la filmoteca de la ciudad, con motivo de un certamen internacional, y eso hicimos. Fue relajante ir al cine por primera vez en algo más de dos meses, y algunas de las películas estaban realmente bien. Cuando acabó y tras saludar a algunos conocidos, nos fuimos a cenar por ahí y a tomar una cerveza.

La ciudad tiene muy buen ambiente nocturno. Hay muchos bares y terrazas, y el tiempo era muy bueno.
Como tantos otros lugareños que se dejan ver por ellas, paseamos luego por algunas de las avenidas céntricas, charlando y disfrutando de la velada.

El día siguiente amaneció sin prisas, sobre todo para Itay. Yo aproveché para correr por la playa, donde había mucha gente ya haciendo ejercicio o bañándose, pese a lo temprano de la hora. Me bañé tranquilamente después y, como Itay seguía durmiendo a mi regreso, bajé a desayunar a un bar cercano, y cuando volví, ya sí, estaba levantado.

Nos ocupamos cada cual en su cosas durante algún tiempo, y luego nos fuimos a pasear por la parte antigua de la ciudad, Jaffa. No hay grandes monumentos, pero sí algunas calles y lugares agradables para el turismo. Después fuimos a la playa a pasear, y a picar algo a un chiringuito. A la caída de la tarde concluimos el paseo por otra de las zonas antiguas de la ciudad, y nos fuimos para casa.

La ciudad antigua, Jaffa, al fondo.

 
Itay tocando el piano en la calle.
¿Se parece a un primo mío, a que sí?

¡A la playa!

Calle en el barrio viejo.

Itay, cuando parecía que había ligado con la camarera...


Itay no podía alojarme una segunda noche, pero yo había quedado ya por la mañana con Ariel, el hombre de ascendencia argentina que conocí en Jordania, en que me recogiese al final del día, cuando regresase a la ciudad de una visita que tenía fuera, para pasar la noche en su casa.

Así fue. Se pasó Ariel por casa de Itay a recogerme, les presenté mutuamente,  conversamos un ratito y nos marchamos Ariel y yo en su coche. Fue divertido comprobar la ascendencia argentina de Ariel en los exabruptos que se le escaparon para protestar por el tráfico en un par de ocasiones. A sugerencia suya, hicimos una parada técnica en una licorería para surtirnos de cervezas variadas que nos alegrasen la cena.

Ariel y su novia Hagar, que está embarazada y por tanto se perdió las cervezas, viven en la parte interior y moderna de la ciudad. Ariel preparó una rica cena vegetariana que acompañamos con las cervezas. Hagar vino bastante tarde y se fue directamente a la cama, pues estaba muy cansada. Ariel y yo aprovechamos para salir a dar un paseo por los alrededores.

Ariel y Hagar en la decimoctava semana del embarazo de...
Hagar, claro.
(Foto cedida por los propios modelos).

Nos dirigimos al principal parque de la ciudad, atravesado por un río y cercano a un barrio de edificios y rascacielos de negocios. Todo el rato conversamos en español. Como contrapunto a las opiniones más extendidas entre los judíos acerca de la imposibilidad de coexistir pacíficamente con los árabes, Ariel trabaja en una fundación que tiene por fin tender puentes entre ambos, lo cual hace que sus opiniones y experiencias sean radicalmente distintas de las de Kfir, por ejemplo. Todos los israelíes son muy conscientes de que, por muchas causas, su país puede llegar a desaparecer o hacerse inhabitable casi en cualquier momento, y esto informa  directamente su modo de vivir dia a día. Hablamos mucho también de la situación en España y en los países de Oriente Próximo. Además de divertida y más próxima por la complicidad del idioma, la conversación de Ariel es muy interesante y luce una gran experiencia de la realidad de su país.

En el parque, además de espantar algunas avefrías noctámbulas, pudimos ver grandes murciélagos volando a la luz de las farolas, y un chacal dorado paseando tranquilamente por los parterres, en su ronda nocturna. Parece ser que abundan en los parques urbanos de tamaño suficiente, y éste estaba claramente habituado a la presencia de humanos, aunque guardaba la distancia. Luego le oímos regañar con un congénere, y volver a salir a campo abierto. Tras casi dos horas de paseo nos dimos por satisfechos y nos fuimos a dormir a casa.

Ariel me había pedido un taxi que me llevase a la estación de tren temprano al día siguiente (08.06.12). Antes quería dejar la mochila en el mismo albergue que dos días atrás (Ariel y su mujer no podían alojarme esa noche y estarían ausentes de casa, además), pero fui rechazado porque esperaban mucha gente y no podían cederme (contra pago, claro está) el espacio que necesitaba. Resignado a acarrear la mochila todo el día, me fui para el estación. Para mi enorme alegría y mayor sorpresa, sí había, en contra de lo que todo el mundo (incluidas las guías de viaje) suponían, algunas taquillas automáticas, en una de las cuales a duras penas logré encajar la mochila. Problema solucionado.

Iba a San Juan de Acre, Akko para los hebreos. Una hora y media de tren (control de rayos X a la entrada de cada estación), semejante a los nuestros de cercanías, bastante lleno de gente y por un recorrido que principalmente resigue la costa, hacia el norte. Akko es una antigua ciudadela de los cruzados al borde del mar, y ahora eminentemente árabe. Aunque el conjunto resulta interesante y conserva algunos monumentos dignos de visita, en general está un tanto descuidada. Una de las atracciones principales es el angosto túnel que sale de la fortaleza propiamente dicha hacia el interior de la ciudad. Además de la susodicha fortaleza, hay una plaza semiabandonada con una torre del reloj de inspiración veneciana, algunas callejas con el típico sabor de los bazares árabes, y un par de mezquitas.



 
El famoso túnel.






Poco más de dos horas me bastaron para visitarla y comerme un falafel antes de coger el último tren. Era viernes y por imposición religiosa (ya he explicado que mezclar religión y Derecho es la receta del desastre), casi todos los transportes públicos se detienen para observar el descanso sabático, desde el mediodía hasta el día siguiente. Aunque Ariel me había explicado muy animosamente que el servicio sigue en taxis colectivos, preferí no complicarme la vida y regresar sin más dilación a Tel Aviv. Por ese motivo renuncié a detenerme en Haifa.

Mi plan era pasar el resto de ese día y todo el siguiente en la playa, sin más. Una enorme muchedumbre llenaba la avenida principal, paralela a la costa, en la que se ubican la mayoría de los hoteles. Entré en el primero, a preguntar precios: lleno. ¿Lleno? ¡Se me había olvidado! Ese fin de semana se celebraba el orgullo gay y Tel Aviv estaba repleta de gente venida de todas partes.

Peregriné de hotel en hotel, cosechando negativa tras negativa, hasta que cuando ya desesperaba encontré uno con una habitación que, por ser muy pequeña (pero pulcra), estaba libre y a precio reducido, lo cual no es de desdeñar en la más bien cara Israel. Adjudicada. Mi plan de talasoterapia casera no había tenido en cuenta el pequeño detalle de la fiesta del orgullo gay, pero ya no había vuelta atrás, así que a disfrutar de la playa. Eso hice, a conciencia.

Si las calles estaban llenas, la playa estaba rebosante de gente. No sé por qué ser homosexual ha de mover a quedarse con el mínimo de ropa, pero el desfile de sujetos por el paseo marítimo con todo tipo de atavíos extravagantes era digno de estudio. En la parte norte de la playa se celebraban fiestas al aire libre (o sea, musiquilla ratonera a todo volumen), así que tuve mucho cuidado de quedarme en la parte más tranquila. Cuando en uno de los chiringuitos, donde pasé un buen rato escribiendo estas croniquillas, le dije al chico que me atendió con mucha eficacia que era mi camarero favorito, me apresuré a aclararle entre risas que era heterosexual; no quería alimentar malentendidos en este fin de semana.


Esto debería ser cierto todos los días del año.


Cuando me cansé, me fui al hotel a dormir en mi minihabitación. Seguro que me perdí la mejor fiesta del año en Israel, pero es que esos jaleos me resultan muy cansinos.

Abrazos para todos.

3 comentarios:

  1. Ja ja, besos desde el Orgullo de Madrid.

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  2. Cuidado con los chacales, que acaba de leer un articulo que dice que no esta nada claro cuales de esa zona son chacales y cuales son lobos. A ver si al proximo se lo preguntas.

    Fernando rules!

    Ah, recuerdos de tu charcuteria favorita de Hospitalet, que pasada!

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  3. Has pasado de la ropa máxima a la ropa mínima. Del burka al tanga y tiro porque me toca.
    Nacho, comilón!

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