viernes, 29 de junio de 2012

XIII. Israel (y v).

Queridos lectores:

El día siguiente salí a correr por la orilla bien temprano. Había un hombre y un chico joven en karategui haciendo katas de shotokán en la arena. Estuve tentado de proponerles unirme a ellos, pero preferí no ponerme en evidencia y seguí corriendo. Me bañé, pasé el día entre la playa, el hotel y los chiringuitos. Ariel me había propuesto acompañarles a la primera sesión de un certamen de cine homosexual por la tarde, pero preferí salir a tomar algo con Itay. Así que eso hicimos: paseo por la playa, cervezas y cena ligera de estilo libanés, con camarera simpática pero con la que Itay no intentó ligar, según él, porque era homosexual. Mi última jornada completa en Israel llegaba a su fin.

En algún momento tuve la idea de acercarme a los territorios ocupados (o en disputa, como los llama Kfir), pero visto lo engorroso de la seguridad local decidí abstenerme, aunque la visión del muro que ha construído el gobierno israelí debe ser tan ominosa como en tiempos la del de Berlín. Para compensar en parte esta falta, estoy leyendo el libro "The forgotten Palestinians", del israelí I. Pappé (editado fuera de Israel, claro), por recomendación de Ariel. Aunque casi todo se puede discutir, parece claro que el trato legal dado por los israelíes judíos a sus conciudadanos, los israelíes árabes (todos pertenecen a un mismo Estado), en estos sesenta años es flagrantemente injusto, cuando no una tropelía en toda regla y una abominación legal. No obstante, según me explicaba Ariel, se va progresando en el entendimiento entre vecinos. Espero ver el día en que eso culmine.

Mi avión salía temprano de Tel Aviv el domingo por la mañana (10.06.12). Tras coger el autobús y el tren, pasé el primer control de seguridad, todo bien. Cuando estaba esperando para pasar el segundo control, se me acercó un muchacho que me pareció demasiado joven para trabajar en seguridad, a pedirme el pasaporte. Interrogatorio en la cola de espera de la máquina de rayos X. Además de las preguntas habituales: nombre de mis padres, si tengo hermanos, sus nombres (se aburrió antes de que enumerase los siete completos, claro), dónde he estado, qué he hecho, a quién conozco, etc., me preguntó el muy patán por el origen de mi segundo apellido: ¡español!, ¿sí?, me contuve y no le dí la colleja que se merecía. El muy zoquete se alejó a consultar con un superior, y me pareció que se le caía un papel de entre mi pasaporte. Volvió, ¿dónde estaba mi sello de entrada al país?, en el papel que te he visto dejar caer. No, en tu pasaporte no había nada; sí, sí lo había, por favor ve a buscarlo. Regresó sin el papel, claro, pero ya cansado de cansarme. ¿Y ahora qué hago sin el papel ese? No te preocupes, ya no lo necesitas; puedes pasar. No lo pensé más y dí por buenas sus palabras. Craso error.

Control de pasaportes, ahora ya con una policía de edad suficiente para la responsabilidad. Espero medio adormilado pensando en las musarañas cuando dos golpes secos me devuelven a la realidad: ¡no! me ha sellado la tarjeta de embarque y ... ¡el pasaporte! Cuando el idiota de seguridad me dijo que no necesitaría ya el papel no caí en la cuenta de que, en su ausencia y sin advertencia expresa por mi parte, me estamparían el sello de salida.  Me sentí abatido: tanto cuidado para nada, yo que incluso había tachado (hablo en puros términos literarios, claro: toquitear pasaportes no está bien) con rotulador la identificación del paso fronterizo por el que salí de Jordania (cruzando el Jordán sólo se puede ir a Israel, obviamente)... adiós a la posibilidad de ir a Irán. Me consolé: era cierto que no había decidido aún si ir hacia el Cáucaso o dirigirme a Irán antes de entrar en Asia Central; con que no pasa nada, ya veré qué hago.


X. Turquía (i).

Volé a Estambul porque es el centro del tráfico aéreo de la zona. Había pensado pasar uno o dos días allí para organizar la siguiente etapa del viaje: fuese atravesar por tierra Turquía para llegar al Cáucaso o a Irán, fuese para salir en avión.

Tras comer algo rápido en la plaza Taksim, donde me dejó el autobús del aeropuerto, me fui a la muy acogedora casa de Tülay, en el barrio de Besiktas. Habrá quien no lo entienda porque estoy de vacaciones y se supone que eso es ya un relajo, pero esa tarde de domingo no tenía más ambición que pasarla como tal: tirado en el sofá, a ser posible viendo la final de Roland Garros, o una película, o el partido de la selección de fútbol, o lo que fuera, sin hacer nada y, sobre todo, sin pensar en nada. Porque es un encanto y muy perspicaz, y también porque esa madrugada le habían dado las tantas de juerga con los amigos, Tülay fue de la misma opinión. La única actividad que nos separó del sofá fue poner una lavadora y recoger una pizza que encargamos para cenar. Tenis y fútbol pasivos con el cerebro en punto muerto. La tarde soñada.

Tülay trabaja como abogada por cuenta propia, llevando asuntos penales y de familia, fundamentalmente. Hablamos de la práctica de la profesión en nuestros respectivos países (tranquilos, no voy a desarrollar esto), y de muchas otras cosas, incluyendo las tórtolas que estaban criando en su terraza, y que se dejaban acariciar por ella cuando estaban en el nido. De la manera más tranquila y disfrutando de la comodidad de la casa de mi colega y de su excelente buen humor, acabó el día.

Salí antes que Tülay al día siguiente (11.06.12). Quería hacer sendas gestiones en los consulados de España, Azerbayán e Irán para el buen gobierno de mi viaje, y ya había acordado con ella que prorrogaría mi estancia una noche más. Si me daba tiempo, visitaría también los monumentos principales de la ciudad. El futuro del viaje era un incógnita esa mañana.


Abrazos para todos.

2 comentarios:

  1. Ay madre, qué lío con el sello de Israel... ¡se los dije!

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  2. Queremos un desarrollo completo de la práctica de la abogacía a doble espacio!!!!!!!

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