sábado, 9 de junio de 2012

XII. Jordania.

Queridos lectores:

De la placidez de estar con Leticia y Marwan, a la incertidumbre de volver a la calle. Llegué a Amán por la tarde sin novedad, tras un corto vuelo (25.05.12). En autobús hasta el séptimo círculo, y de allí en taxi hasta el tercero, según me había indicado Nael, mi anfitrión en la ciudad. No sin antes vivir la enésima escenita con taxistas (me esperaban otras), cuando otro conductor decidió que el mío le había robado el cliente y agarró la puerta que yo estaba cerrando para evitar que partiésemos. Esperé impertérrito a que se acabasen de insultar en árabe, cerré la puerta y nos fuimos.

En Amán llaman círculos a las rotondas o glorietas, que son las referencias que realmente emplea todo el mundo. Nael me esperaba con un amigo en la calle, cerca del tercer círculo. Fuimos a su apartamento a dejar la mochila. Nael no vive allí, sino con su familia en otra casa. Por razones que no hacen al caso, conserva ese pequeño piso, de dos habitaciones y baño, y aloja a invitados en él. Y no lo limpia nunca. Pero bueno, para una o dos noches, sólo para dormir, no pasa nada, no me voy a poner tiquismiquis, etc.

Salimos a tomar té en un café del centro, en la terraza corrida de un primer piso. Un bar típico de verdad, sólo hombres (al día siguiente sí ví algunas mujeres), todos fumando pipas de agua y bebiendo té o hibisco. Allí estuvimos charlando los tres, Nael, que trabaja como guía turístico cuando puede, en español chapurreado, cuando no en inglés o francés, y su amigo en inglés, que es lo que maneja casi todo el mundo en Jordania. Al rato llegó Eric, un chico francés que también iba a ser huésped de Nael en Amán.

Me sorprendí, hubiera esperado alguna indicación al respecto de Nael por correo electrónico antes, y pensando en el estado un tanto abandonado del apartamento se me ocurrió que a lo mejor este muchacho, que por lo demás parecía buen chaval, se dedicaba a amontonar gente allí sin más. Desde luego no tengo intención de quedarme en cualquier casa sólo porque sí, así que decidí esperar a ver de qué iba el asunto con Eric. Fui a por un falafel (mi comida habitual en Jordania) y aproveché para repasar ideas mentalmente.


Nael en su bar favorito.


Eric resultó ser un chico normal que, como yo, se ha tomado un tiempo libre para ver mundo. Y era patente que ni él ni yo teníamos afinidad con Nael, sin más. Aclarada la situación, al día siguiente nos fuimos juntos Eric y yo a ver la ciudadela de Amán, principal atracción monumental de la ciudad (hay pocas más). Ruinas romanas y árabes, y desde lo alto se ve el teatro romano, en la parte baja de la ciudad. Es interesante el pequeño museo arqueológico, en el mismo yacimiento, que contiene las que según ellos son algunas de las estatuas más antiguas que se conocen, de unos ocho mil años de antigüedad.


Restos árabes en la ciudadela.


 
 El teatro y el foro romanos.



Las primeras estatuas de la era histórica, o casi.


Amán es un jaleo de casas amontonadas y coches ruinosos, un centro que son sólo unas cuantas calles comerciales junto al mercado y una mezquita, y la música de las tiendas a todo volumen en  altavoces vueltos hacia la calle. Se me hizo bastante antipático, la verdad.



Amán, visto desde cualquier parte.


Por la tarde nos reunimos con Nael y, a petición mía, nos fuimos a comprar un ordenador portátil pequeño (netbook parece que los llaman) aprovechando además que Eric es informático y me podía hacer alguna recomendación. Había sido una muy acertada sugerencia de Leticia y Marwan; debería haberlo comprado en España, pero más vale tarde que nunca. Puedo confirmar que mi vida es mucho más sencilla desde entonces: no dependo de locutorios de internet (cada vez más escasos y sucios) para organizar el viaje, estar en contacto con parientes y amigos, y escribir estas crónicas. Así que ahora viajo con un pequeño ordenador con caracteres latinos y árabes.

Eric y un servidor nos fuimos luego a probarlo en otra terraza, y para acabar el día nos reunimos de nuevo con Nael y un par de amigos suyos, un chico estadounidense de opiniones extremadas (v.g. "Jerusalén es una mierda", en perfecto español) y otro chico luxemburgués que parecía recién salido de las juventudes militantes de algún partido de derecha. El trío no podía ser más dispar. El quinteto con Eric y conmigo aún más. Retirada temprana y adiós a Nael, no sin antes sugerirle, con toda la diplomacia de que fui capaz, que, si no pensaba limpiar el apartamento, por lo menos se sirviese dotarlo de escoba para que los invitados pudiesen hacerlo motu proprio.

Al día siguiente (26.05.12) habíamos quedado Eric y un servidor con Ahmed, un taxista al que conocimos la víspera y con quien habíamos pactado nos llevase al sur. Aunque existen autobuses públicos y privados, son mucho menos flexibles para organizar un itinerario como el que nos interesaba a ambos, y el precio que negociamos con Ahmed equivalía al coste de haber alquilado un coche pequeño, por lo que nos pareció razonable. Convencimiento que corroboramos cuando Nael, haciendo algunas llamadas por teléfono y pese a postularse como valedor nuestro, fue incapaz de conseguir mejores condiciones de amigos suyos.

Salimos tan de madrugada que llegamos al Mar Muerto antes de que abriesen la playa pública (por la necesidad de ducharse con agua dulce después). Hay playas privadas pertenecientes a grandes hoteles internacionales, en uno de los cuales, según Ahmed, viven exiliados un montón de libios ricos, que pagan el alquiler a tanto alzado por años enteros: unos pocos millones de dólares, según aseguraba. Unos veinte eurillos (!)  la entrada para los turistas en la pública y barata. En las privadas y caras, del orden de cuarenta.

Nadar, o más bien bañarse, en el Mar Muerto, que parece condenado a desaparecer muy pronto porque el agua de los ríos que lo alimentan es divertida por jordanos e israelíes para otros usos, es verdaderamente especial. Se aprecia la extraordinaria salinidad nada más meterse en el agua, y la respuesta a los movimientos propios es extraña. Eric se descuidó un instante, le entró algo de agua en los ojos y tuvo que salir brincando como un poseso en busca de agua fresca con la que lavárselos. Estuvimos un buen rato haciendo el tonto en el agua, y yo decidí luego seguir haciéndolo en tierra, empeñado en hacer katas en una incómoda playa de guijarros y en enseñar a Eric los rudimentos de neko ashi dachi, pero no hubo forma y ambos desistimos al rato.


El mono acuático de Steller, redescubierto.


El retroceso de la orilla se aprecia a simple vista.


La siguiente parada, que no habíamos previsto, fue en la reserva natural de Wadi Mujib. Un barranco formado, igual que la famosa entrada a Petra, no por erosión fluvial sino por movimientos telúricos. Por Wadi Mujib, como su nombre indica, fluye el agua: un arroyo que llega a cubrir del todo y que acaba, en el tramo accesible para el público, en una cascada de veinte metros y sorprendente caudal en medio del desierto. Fue una buena iniciación al barranquismo primitivo: había que remontar algunos saltos con ayuda de lo que parecían cordeles de tender la ropa, procurando no partirse la cabeza. Llevábamos chalecos salvavidas, eso sí. El lugar era hermosísimo y la experiencia muy divertida y dolorosa. Dolorosa porque, pese a los consejos del encargado de la reserva (que exageró en otras cosas, todo sea dicho), decidí llevar chanclas en vez de mojar las zapatillas. Cuando el río me arrebató una y hube de lanzarme en plancha para no perderla, decidí prescindir de ambas. El fondo era de cantos rodados de mediano tamaño, y lo que por unos minutos parecía un agradable masaje plantar, se convirtió en una tortura creciente de la que aún conservo dolor al caminar descalzo sobre superficies irregulares. Con todo, disfruté un montón, y a mitad de recorrido trabé conversación, vaya un sitio, con Ariel, un hombre israelí de ascendencia argentina que me invitó a visitarlo en Tel Aviv.


La salida de Wadi Mujib.


Tras la demostración de honradez de Ahmed, que había quedado al cargo de todas nuestras pertenencias incluyendo dinero y documentos, remontamos la carretera hasta aparecer en la meseta, donde llegamos hasta la reserva natural de Dana. 

Dana es un poblado beduino entre grandes barrancos semiáridos en los que viven cabras montesas e incluso lobos. Es poco frecuentado por los turistas, pero muy bonito. Desdeñando los carísimos servicios de un guía local (todo es carísimo para los turistas), Eric y un servidor paseamos por los roquedos durante un par de horas, pero no pude ver nada más llamativo que unas suimangas azuladas pese a que iba aguzando la vista convencidísimo de poder detectar algún lobo despistado.


Dana.


Los lobos estaban allí, seguro.


Eric.


Sólo restaba llegar a las puertas de Petra para acabar la jornada. Habíamos contactado con un beduino que nos ofreció dormir en su cueva, en un poblado cercano. Eric aceptó gustoso por la aventura; yo preferí irme a un hotelito modesto pero comme il faut, a la puerta del monumento. No sólo porque deseaba estar cómodo, sino porque a la mañana siguiente quería madrugar para ver Petra, uno de mis destinos anhelados, a mi entero gusto y sin depender de nadie.


"Fil", elefante, nuestro alfil del ajedrez.


Me levanté a las cinco de la madrugada y, como me temía, en el restaurante del hotel no estaba la bolsa que me habían prometido con el desayuno tempranero. Ni corto ni perezoso me metí en la cocina, donde curioseando encontré pan y mermelada que me llevé a la habitación, esquivando en las escaleras al empleado que subía por el tramo inferior para, como se vió, prepararme lo que no había encontrado.

Cuando llegué a la taquilla, con mi bolsa de desayuno en la mochila, sólo había tres chicos jordanos que (esperaban a alguien más) me cedieron el puesto cuando abrieron a las seis, para que fuese el primero en pasar. Valió la pena madrugar: por tener todo el día por delante, por aprovechar la fresca (ese día se superaron los 35º C en Petra), porque recorrí el desfiladero de entrada solo de toda soledad, y porque hasta pasadas dos horas y media no ví a ningún otro turista (aunque sí a los montones de lugareños que trabajan en los chiringuitos y demás).

Huelga decir que Petra es una maravilla, pero lo es y quiero decirlo. Es una ciudad nabatea (de entre algunos siglos antes y después de la era cristiana) que se extiende a lo largo de unos cuantos kilómetros, en barrancos bellísimos con templos y habitaciones excavadas en la roca arenisca, y cuya fama es sobradamente merecida. Un monumento de primer orden mundial cuya visita se justifica por sí sola.


 

Típicas pero obligadas.


 Galopando a por los turistas.


El monasterio, al final de una larga subida.


Té beduino:
muchísimo azúcar, una pizca de té y un poco de agua.
 

El templo del jardín, según se supone lo había.

Camaleón nabateo.
El teatro se entrevé a la derecha.


Tumbas varias.


Petra vista desde muy, muy cerca.


Ser el primero también me hizo ser el único blanco de las ofertas de llevarme en borrico de acá para allá, o venderme postales y otras chucherías. Desembarazándome de beduinos más o menos pesados, habiendo empezado por el llamado "tesoro", ascendí hasta el "monasterio", en el extremo más alejado. Disfruté de la ausencia de turistas para, integrando a los beduinos en el paisaje, sentirme visitante único. Tomé el café que me había faltado en el hotel, contemplé, me relajé, charlé con un beduino (el chiringuito pertenecía a una española casada con un lugareño, según aprendí) y luego seguí la visita.


El famoso explorador en el altar de los sacrificios 
(verdadero, por lo menos lo último).


La competencia del famoso explorador.


Pasé más de diez afanosas horas en Petra, anduve todos los caminos y subí a todas partes, bebí litros y litros de agua, rechacé el té que me ofrecía la primera beduina a la que ayudé a abrir el tenderete, acepté el que con más insistencia me brindó la siguiente, busqué la sombra en los alpendres de los beduinos, charlé con algún que otro vendedor, me crucé con Eric en alguna parte (me confirmó que apenas había podido llegar a Petra a mediodía) y me sentí muy contento de estar allí; de haber estado Rocío incluso habría sido feliz.

Abrazos para todos.






7 comentarios:

  1. Un poquito si que he estado leyendo tu crónica y viendo las fotos... ¡qué bonito lugar!. Besos
    Rocío.

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  2. Oh, bella crónica, pardiez. Yo también disfruté muchísimo en Petra. Y dales duro a todos los pesados que te encuentres por el mundo facundo. Entre taxistas y contaminadores acústicos urbanos estropean la existencia a cualquiera. Chico, a ver cuál es tu próxima parada. Esto ya se está poniendo exótico. Un abrazo especial en este día especial para los hermanos FA.

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  3. Igualito que Indy por el desfiladero...

    Besos.

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  4. Y a mi que Amán me pareció una ciudad amable y la gente muy maja? Nadie me dio la lata, y me pareció que todo el mundo iba a lo suyo sin más. Petra es una maravilla, cierto es. Tendrás que volver con Rourilou; eso si deja de ganarme a las palabras, la muy....

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  5. Carlos , hay una conspiración contra tí.
    Pablo te gano porque no estás centrado....

    Viva ,viva, Yoya que nos sacó las entradas, nos vamos a ver a Bruce..

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  6. Rock, sin que sirva de precedente, reconozco que me ganas porque eres mejor que yo....este mensaje se destruirá en cinco segundos...cinco, cuatro, tres....

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