sábado, 30 de junio de 2012

X. Turquía (y ii).

Queridos lectores:

Rápido desayuno en la calle y en taxi zumbando al consulado español, que tardamos en encontrar, perdido en una maraña de chalés. A petición mía por correo electrónico, mis hermanos me habían dado algo de información sobre gestiones consulares con los pasaportes, nada halagüeñas, pero decidí intentarlo personalmente. Me recibió el portero turco: soy español, tengo un problema con el pasaporte y necesito ayuda. Llamó a una policía española: soy español, etc. Adelante. Espero un buen rato y sale una empleada, extranjera por el acento:

- Quisiera saber qué puede hacer el consulado para solucionarme el problema de que con el sello de salida de Israel no podré viajar a Irán, estando ya donde estoy.
- Lo siento, pero no podemos hacer nada.
- Claro, ya me imagino, pero ¿no podrían expedirme otro pasaporte temporal o algo así?
- No, no, además eso tarda tres semanas.
- ¿Y poner un sello español encima del israelí o algo así?
- No, no, no podemos tocar nada en los pasaportes; es más, nos lo mandan todo hecho desde España.
- Comprendo, pero el caso es que soy español, tengo un problema y quisiera que por favor averiguase usted en firme cómo me pueden ayudar.
- Espere aquí.

Esperé. Una hora completa. Me sentí como en casa, o sea, como haciendo cualquier gestión ante la Administración española: esperando. Bendito libro electrónico que salva todas las horas muertas. Salió la señora: lo siento y siento haberle hecho esperar tanto (menos mal), pero lo he comprobado y no podemos hacer nada. De acuerdo, gracias y adiós.

Siguiente parada: el consulado de Azerbayán, a un par de manzanas de allí. Un gentío considerable se agolpaba ante la verja que custodiaba un guarda desaseado. Blandiendo el pasaporte para que se conozca que, pese a lo moreno que vengo no soy de la región, consigo abrirme paso y que me dejen entrar. Espero mi turno y pregunto al muy educado funcionario cómo he de hacer para obtener el visado para su país. ¿Reside Ud. en Turquía? No. Pues no se puede hacer nada. ¿Ni siquiera adquirirlo al llegar? Me temo que no. Pues sí que están ustedes listos con tanta publicidad de "visite Azerbayán". Pues sí, tiene usted razón, pero es lo que hay, lo siento.

Consulados dos, servidor cero. El plan de enlazar por tierra Turquía, Armenia, Georgia, Azerbayán y cruzar luego el Mar Caspio parece imposible. Además, entre los países caucásicos hay también líos de que si visitas no sé cuál primero luego no sé qué otro no te deja pasar. Cruzar a Irán por tierra, desde el país que sea, sin visado y con el sello israelí también parece quimérico. Esto se complica. Respiro profundamente y tomo una decisión transcendental: me voy a ver la ciudad.

Recorriendo la parte de las murallas que queda frente al Mar de Mármara, llegué hasta la siempre imponente Santa Sofía. De nuestra visita de once años atrás recordaba la ubicación de los principales monumentos (están todos muy próximos), por lo que me acerqué también a la Mezquita Azul, y a dos que habían sido mis preferidos: la humilde piedra miliaria que señalaba el kilómetro cero de todas las vías bizantinas, y la cisterna o Basílica. Renuncié a visitar el Palacio de Topkapi, pero quien vaya por primera vez a Estambul no debe perdérselo.



Santa Sofía.

La Mezquita Azul.

El kilómetro cero del Imperio Romano de Oriente.

 La Basílica, antigua cisterna.


Me complació ver Estambul muy mejorada tras una década. Muchísimo más limpia (mejor dicho: limpia y no sucísima, como estaba antes), con las aceras y demás inmuebles bien colocados, con tranvías renovados, en general bastante más organizada y ágil pese a los diecisiete millones de habitantes y no sé cuántos de coches, y todo eso sin perder el atractivo que le es propio. Me pareció que había avanzado un montón en todo, incluyendo el aspecto de las cosas, y aunque en este mundo globalizado todos pagamos el precio de tender a la uniformidad, creo que a Estambul aún le sobra carácter.

Inspirado por el visado turco en el pasaporte, pensé que (siempre en términos de ficción literaria, por supuesto) podría acaso comprar algún sello filatélico extraño con el que tapar el de Israel. Al Gran Bazar pues. No, aquí no, has de ir al bazar de los libros. Ea, pues al bazar de los libros. Sólo uno de los puestos mostraba colecciones de sellos. Para trastorno del tendero, que a juzgar por su fastidio posiblemente tenía cosas mejores que hacer que vender género en día de mercado (al trabajo con alegría, parecía su lema), revisé todos y cada uno de los portafolios, sin encontrar ningún sello que pudiese servir para mis creativos (y siempre ficticios, no se olvide) fines. Desistí de la busca y me fuí a tomar un refresco.

Sentado a la sombra, hojée el pasaporte. ¡Ay, con sólo que me hubieran puesto el visado turco encima del sello israelí! Con la de visados adhesivos que tengo en el pasaporte, uno sólo en el lugar adecuado bastaría. Y qué poca imaginación los del consulado, se nota que no cobran por problema resuelto. Rumiando estas ideas se me encendió la luz: ¿por qué no, en esta fantasía literaria de la que hablo, despegar algún visado y recolocarlo convenientemente?  Probando, probando, resultó que el adhesivo peor era el del país más pobre. Y con el tamaño perfecto. Lo despego (en sueños) y lo pego encima del sello israelí (en más sueños). Quedan restos de goma donde estuvo la pegatina. La piel segrega grasa natural: se frota la página correspondiente por la calva un par de veces y se satura el adhesivo viejo. Listo. A lo mejor acabo yendo a Irán, pese a todo.

Como premio a mi imaginación (ser abogado enseña, entre otras cosas, a dar a los documentos oficiales el respeto que merecen, ni más ni menos), me fui a ver la conclusión de la final de tenis en un bar. Dos australianos muy jocosos se sentaron junto a mí. Creo que haber estado yo en su Hobart natal les sorprendió. Y cómo estás viajando solo, ¿y tu mujer? En casa. ¿Cómo lo has hecho? Hombre, tras veintitrés años de relación es la primera vez que nos separamos tanto tiempo. Pues algo ha fallado en mi caso: ¡llevo veintinueve años casado y mi mujer está en aquella mesa! Grandes risas. Ganó Nadal.

Me acerqué a una agencia de viajes, donde no sin esfuerzo (empleada a medio hervir, del estilo "computer says noooo") conseguí información sobre vuelos a Irán, pues tenía la noción de que en el aeropuerto principal sí se podía obtener el visado al llegar, disponiendo de billete de ida y vuelta:

- ¿Y no podría llamar usted al consulado para cerciorarnos de esto, por favor?
- Es que aquí no gestionamos visados.
- Claro, no le pido que gestione ningún visado, sino que por favor llame para enterarse. Si le dicen que sí, le compro un billete para Irán.
Llamó y no se enteró. Me dijo no sé qué tontería inútil y carente de sentido.
- Estupendo, gracias, pero ¿no podría aclarar usted concretamente esto y lo otro, por favor? Se lo ruego.
- No, no, no, ya le he dado la información.

El jefe se avino a darme las señas del consulado, muy cercano. No sé si luego amonestó a la mujer por perder una venta. Ojalá. Me fui hasta allí; otra de funcionarios a medio cocer en la puerta e información defectuosa de quien no debe darla. Por hoy no se puede hacer más. Cogí el tranvía hasta el Palacio de Dolmabahce y me fui a dar un paseo turístico en barco por el Bósforo. Como dijo el poeta: Asia a un lado, al otro Europa y allá en su frente, Estambul. Luego paseé por Istiklal, principal calle peatonal y comercial de la ciudad, y me fui para casa.


El Palacio de Dolmabahce.


El imponente puente sobre el Bósforo.

La calle Istiklal. 


Tülay no había llegado aún cuando yo volví. La llamé desde un bar y quedamos en tomar algo en su barrio. Besiktas es uno de los tres centros (el genuino y más importante es la plaza Taksim) de la ciudad. Estambul, al menos esos días, disfruta de una vida nocturna tan intensa como la española, con montones y montones de bares y terrazas, tráfico y ríos de gente por todas partes.

Nos tomamos unas cervezas con unos amigos de Tülay y luego nos fuimos a cenar. Cuando le conté a mi querida colega el episodio del sello en el pasaporte y le mostré el arreglo imaginario, no supo descubrirlo. Quedé satisfecho con la prueba.

Tülay es una enamorada de España, pero lamenta la restrictiva política de visados de la Unión Europea. Ve uno la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Tan irritantes e incómodas como resultan todas estas batallas por los visados para un europeo, no son ni la cuarta parte de lo que hacemos pasar a los que quieren visitarnos. Y más caros. Ni siquiera la tesis del visado como tasa tercermundista se sostiene.

Tülay y un servidor esperando el autobús.


Al día siguiente Tülay llamó por mí al consulado iraní. Era la tercera consulta que hacía en dos días y obtuve la tercera respuesta distinta. Por si acaso volaba esa noche a Teherán, me llevé la mochila y nos fuimos en autobús: Tülay al despacho y yo a ver qué hacía con la siguiente etapa. Lo consulté con Rocío y me decidí: saqué un billete de ida y vuelta a Teherán para esa noche, y que fuera lo que tuviese que ser.

Dejé la mochila en el albergue que regenta un amigo de Tülay en el centro, paseé por Istiklal, me tomé una cerveza en previsión de que los ayatolas no me invitasen a ninguna, y agotando  en el atasco el margen que me había dado para llegar, me planté en el aeropuerto, cruzando el magnífico puente sobre el Bósforo al atardecer y disfrutando de sus grandiosas vistas.


El Bósforo desde el puente homónimo. 
Asia a la izquierda y Europa a la derecha (con Sta. Sofía en el horizonte).


La suerte estaba echada (sí, todos sabemos que esto lo dijo Julio César y que es un plagio).


Abrazos para todos.

4 comentarios:

  1. ¡Quién te ha visto y quién te ve!. Esto es peor que colarse en MiniEuropa... Ja ja.

    Besos.

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  2. I hereby claim that my laptop died a sudden death last week...pues eso, que mi disco duro ha fallecido y estoy a la espera de que me instalen otro. Perdonen ustedes mis ausencias en estas entregas recientes....

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  3. Ya me veía yo en plan salvar al soldado Ryan con un burka de esos por las cárceles de Teheran.... sin comentarios.

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