domingo, 8 de julio de 2012

XIV. Irán (iii).

Queridos lectores:

El sábado (16.06.12) me desperté desorientado por primera vez desde que empezó el viaje. Majid, siempre tan atento, se empeñó en acompañarme a la calle para coger un taxi, darle las instrucciones adecuadas y evitarme la pelea por el precio.

Al facturar la mochila en el aeropuerto, un hombre me pidió que le siguiese. No supe qué pensar hasta que recordé que, como no quedaban otras plazas y era muy barato, había sacado un billete de business class, y me estaba indicando que le acompañase a la sala de espera VIP. Compuse como pude mi cara de paleto, le pedí a la azafata que por favor no me olvidase pues probablemente me quedara traspuesto en las butacas, y con toda la elegancia de que fui capaz, me apreté un desayuno de cinco estrellas en el bufé de la gente importante, porque yo lo merezco.

Para una vez en la vida que viajo como un pachá el vuelo duraba sólo una hora. En Shiraz había contactado con Feridoom, que habló con el taxista que me tocó en gracia a la llegada, para darle instrucciones y evitar que me desvalijase. El taxista era un pedazo de animal, ni más ni menos. Y estoy siendo objetivo: la señorita de información del aeropuerto, que me ayudó a hacerle comprender que debía llamar a Feridoom, fue claramente de la misma opinión. Con los peores modos, a voz en grito y sin ninguna noción de higiene personal, la acémila pretendía llevarme corriendo al coche. Tururú: voy a mi paso, y si no te conviene búscate otro turista (no había ninguno). La cara de contrariedad del tipejo, supongo que por no haberme podido atracar, fue un poema de principio a fin.

Feridoom, ingeniero agrónomo reciclado en guía turístico, tenía un examen esa tarde por lo que nos vimos sólo un rato y luego me fui al hotel, pendiente de verle al día siguiente para visitar la ciudad. Pasé la tarde recuperando el sueño atrasado y entretenido en el hotel, tanto que cuando salí a comprar algo para cenar, ni me acordaba de que estaba en Irán.

Como habíamos pactado (17.06.12), Feridoom me recogió en coche (confesó haber copiado una preguntilla en el examen, por cierto), pasamos a por un matrimonio iraní con su crío pequeño, y nos fuimos los cinco a ver los monumentos de la periferia de la ciudad. Es de destacar que los dos más importantes de Shiraz no son palacios, ni iglesias, ni fortalezas: las tumbas de Hafez y de Saadi, dos poetas de la edad de oro medieval. Por si fuera poco, los siguientes no eran sino jardines, que en la tradición iraní se caracterizan por las conducciones artificiales de agua, lo cual me recordaba en algo a los del Generalife. Una puerta histórica, y el último monumento de la mañana ya sí era religioso: el santuario de no sé qué pariente del Profeta.


La puerta del Corán, 
porque antaño había uno en el centro, para bendecir automáticamente a los transeúntes.

La tumba de Hafez.



Con Feridoom.



El santuario de no sé qué familiar del Profeta.

La tarde la empleé en visitar por mi cuenta los monumentos del centro: alguna mezquita, una fortaleza cuyo patio es entero un jardín, otro jardín con un museo arqueológico, el bazar y el enorme santuario del enésimo pariente del Profeta. Después había quedado con Hamed, recepcionista del hotel perteneciente a la misma red social, según habíamos averiguado por casualidad la víspera al comprobar mi conexión a internet.


La fortaleza de Karim.



 
La mezquita de Vakil.

El patio del santuario de Shah Cheragh.

Hamed habla inglés perfectamente y a toda velocidad, como una ametralladora. Su profesión es justamente esa: traducir y enseñar inglés, pero momentáneamente trabaja en el hotel para ganarse el sustento. Confía en poder emigrar antes de que, como él dice, se le vaya la juventud en un Irán sin ilusiones. Muchos de sus amigos ya han emigrado, aunque para ello hayan tenido que hacerlo de modo ilegal al principio. Tomamos unos zumos en el principal parque de la ciudad.

Hay que decir que los iraníes hacen muchìsima vida en los parques, en cuanto atardece. Ya muy de noche están abarrotados de familias enteras cenando en el césped, niños jugando y adultos entretenidos con lo que sea. A la ida habíamos pasado junto a algunos jugadores de ajedrez, por lo que luego pedí a Hamed que me llevase hacia allí, antes de despedirnos. Lo que iba a ser ver una partida o dos se convirtió en más de dos horas sin moverme del asiento jugando rápidas contra todos los presentes. Hamed estaba asombrado, pues no tenía ni idea de lo emocionante que puede ser el ajedrez (para quienes saben jugar, claro), y quedó muy impresionado ante la algarabía que la visita de un aficionado extranjero acabó por generar entre los locales (todos querían jugar contra mí, todos querían ganarme, y muchos lo lograron). Gané bastantes pero perdí muchas, aunque nadie quedó imbatido.


Chatrang: esta la gané.


Cuando acabamos de jugar (a la luz de las farolas) un hombre mayor, de entre mis rivales que estaban todos arremolinados en torno a mí, me pidió opinión sobre Irán. Les dije la verdad, que el país era muy bonito y la gente muy amable. Como viera una clara decepción en sus caras por tan somera respuesta, me atreví a decir que no podía aceptar que una mujer valiese la mitad que un hombre. Asintieron serios y parecieron darse por satisfechos cuando añadí que, en un lugar público y con tanta gente, sería una imprudencia hablar más. Uno de ellos rompió la seriedad del ambiente bromeando: no, no es que una mujer valga la mitad de un hombre, ¡un hombre vale por dos mujeres! Le abucheamos entre risas, y me despedí muy cordialmente de todos ellos y luego de Hamed. Shiraz era el último lugar del mundo donde esperaba jugar al ajedrez. Fue una agradabílisima sorpresa.

Abrazos para todos.

1 comentario:

  1. Cosas veredes... Qué interesante y qué chulo todo lo que cuentas de Irán. Y qué envidia...

    Besos,
    Yoya

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