jueves, 12 de julio de 2012

XIV. Irán (iv).

Queridos lectores:

Inicialmente había quedado en visitar Persépolis este día (18.06.12) con un par de turistas japoneses y un chico de la ciudad, pero al fallar los primeros, el segundo declinó organizar la jornada. Finalmente pude, a última hora de la víspera y gracias a Hamed, hablar con Feridoom y conseguir un coche de la agencia de viajes para la que trabaja ocasionalmente.

Desayuné en el hotel con Hamed que, como empleado de la casa, tenía un rato y derecho a ello. Hamed seguía muy sorprendido por lo absorbente que el ajedrez puede ser para quienes lo juegan. Quedé en llamarle cuando regresase, por la tarde.

Nos fuimos por tanto Feridoom y un servidor rumbo a los monumentos que se hallan fuera de Shiraz.  El primero y principal era Persépolis, a una hora de conducción. Cuando llegamos apenas había turistas, y de ellos poquísimos de aspecto europeo. Tampoco se veía un solo autobús. Toda la gente de la industria turística con la que hablé señalaba dos causas: una, normal, el comienzo de la canícula; otra, anormal, la mala prensa que el gobierno iraní da a su país. Lo cierto es que en casi ninguno de los lugares que visité en Irán encontré turistas extranjeros (sí nacionales, pero tampoco muchos).

Persépolis, la antigua capital persa, es un conjunto monumental bastante extenso y con algunas partes reconstruidas para dar una idea de su antiguo esplendor. Feridoom es un hombre muy educado y un buen guía; sus explicaciones resultaron muy completas e interesantes, aunque él fuera a veces demasiado parsimonioso para mi impaciencia. Me mordí la lengua mientras conducía a ochenta por hora por la autopista, pero cuando la aguja bajó de ese límite, confieso que no pude aguantarme y le pedí que por favor le diera un poco de alegría. A lo largo de las horas fuimos ajustándonos y, pese a nuestra disparidad, creo que ambos disfrutamos del día.



 





Recorrimos Persépolis completa, incluso algunas partes que Feridoom confesó no haber visitado de cerca hasta entonces. La ciudad debió ser extraordinaria en su día, a juzgar por las columnas y estatuas (aupadas por los arqueólogos). Muchos de los relieves están bien conservados y son realmente espléndidos. En su día eran polícromos, como todavía se aprecia en algunos. Su aspecto debía ser entonces muy distinto de la solemnidad de la piedra que contemplamos ahora. Seguro que nos resultaria muy chocante. Era interesante sentirse en el lado de los rivales de nuestra tradición grecorromana. Aquí romanos y griegos son los otros, y nosotros los gloriosos persas que pusimos en jaque a la Hélade hasta que Alejandro tuvo la suerte a favor en el río Gránico; y fuimos luego los fieros partos con los que los emperadores romanos nacidos en Hispania tuvieron que negociar la paz (justo más allá de la Decápolis a la que pertenecía Jerash).

Tras tomarnos un refresco (hacía mucho calor), nos fuimos con el coche a visitar unos pequeños relieves de los antiguos persas esculpidos en la roca, y de allí a comer en un restaurante de carretera. Era muy malo, pero al menos había golondrinas que entraban en el comedor para posarse en los cables de las luces. Lo cual daba cierta alegría al lugar, siempre que el pajarillo no fuese a colocarse directamente encima del plato de uno, claro.

Luego nos acercamos a la tumba de Darío I, el Grande. Se encuentra junto a otros mausoleos, excavados en la roca de una ladera a vista de Persépolis, todos los cuales resultan bastante impresionantes. Se supone que Alejandro Magno los saqueó en su día (no sé si porque no le quisieron poner su nombre a alguna obra pública) y están vacíos, pero aun así son dignos de ver. En un exceso reivindicativo, Feridoom llegó a decirme que hay quien sostiene que la cruz cristiana pudo tener su origen en las que forman las fachadas de estas tumbas. Le saqué de su error, pero más de una vez en Irán escuché este tipo de reivindicaciones, a menudo sospechosas de patrioterismo, cuando no por completo fuera de lugar.


La tumba de Darío I el Grande es la de la derecha.

Dos emperadores romanos se postran ante Darío I.

Nos quedaba la zona arqueológica de Pasargard, a otra hora de distancia, donde se halla la tumba de Ciro I y otros restos. La tumba es también digna de verse, aunque el resto del yacimiento es realmente muy frugal y, al menos para un servidor, menos interesante salvo la impresionante obra de ingeniería de la plataforma que sostuvo la ciudadela en su momento. Había también un pequeño caravasar de hacía pocos siglos, ya arruinado y fabricado con las piedras que el dueño tuvo a bien trasladar de otros monumentos más respetables.

La tumba de Ciro I.


La plataforma de la ciudadela, más grande de lo que parece.
 
 El caravasar depredador de monumentos.


Para acabar el dìa Feridoom me invitó a un helado de almidón. O eso me dijo que era, y habla buen inglés. Me resultó poco agradable, aunque menos repelente que el helado del dìa anterior, también con el bueno de Feridoom, junto a la tumba de Hafez. Con Feridoom no hablé de política ni de cuestiones sociales porque estaba claro que eso le incomodaba, creo que por temor. Regresamos sin novedad a Shiraz, donde nos despedimos definitivamente.  Tras descansar un rato, llamé un par de veces a Hamed como habíamos convenido, pero como no obtuve respuesta me marché al parque a saciar el vicio ajedrecístico.
Me contuve y no me quedé más que un par de horas jugando. Repuesto de la inesperada sobredosis de la víspera, esta vez tuve más cuidado y sólo se me escaparon dos tablas que también debí ganar.  Me fui a la cama eufórico.

¡Invicto!

Los parques públicos son de todos también de noche.


Desayuné con Hamed a la mañana siguiente (19.06.12). Me dijo que no vió mis llamadas hasta pasado un rato, me llamó al hotel pero yo ya me había marchado. En Shiraz tenía reservado asiento en un autobús estupendo, de sólo tres butacas en fondo (y no cuatro), que en seis horas y media me llevó cómodamente a Yazd, mi siguiente destino.

A la moderna y desangelada estación de autobuses, a las afueras de la ciudad, vinieron Mohammad y su alumno Mohse a recogerme (una vez hube llamado a Mohammad para sacarle afablemente de su olvido).

Mohammad es un hombre extraordinario. Sacó adelante a su familia cuando, aún muy joven, le tocó reemplazar a su padre, ausente por razones que no importan aquí. Es pura energía positiva con una insaciable hambre de conocimiento, y su vitalidad resulta contagiosa. Su mujer, Mabube, es una artista que estudió bellas artes y diseña telas para un fabricante, además de exponer algunas obras ocasionalmente (en Estambul, por ejemplo). La familia la completa Anita, que sin llegar a los seis meses no lloró ni un poquito en las dos días que pasé con ellos.


Mabube y Mohammad con sendos diseños de ella.


Yazd están en la zona del desierto, con fama de ser muy tradicionalista. Pude comprobarlo en el atuendo de las mujeres, muchísimo más estricto que en Shiraz o, sobre todo, Teherán. Comprendí la guasa de Majid cuando le había preguntado si le parecía adecuado que yo saliese a correr en mallas cortas cuando estuviese en provincias. Descartado.

Mohammad estaba ocupado esa tarde dando clases de inglés (entre muchas otras de sus actividades profesionales), por lo que Mohse, a punto de terminar los estudios de arquitectura y recién empezados los de inglés, me llevó a visitar algunos monumentos. Fue bonito ver las mezquitas iluminadas con focos; se ven muy distintas que con luz natural. Mohse suplía su abismal desconocimiento del inglés con muchísima amabilidad, francas sonrisas y un recurrente here you are, cuyas limitaciones semánticas le intenté hacer ver entre risas.Visitamos también un hotel en una mansión típica, al estilo de un parador de turismo. El recepcionista nos enseñó la suite principal, en la que la víspera se había alojado el embajador español. Adjunto fotografía por si alguien quiere saber dónde pernoctan nuestros diplomáticos.






Cama diplomática.


Mohse me dejó en casa de Mohammad y Mabube, con quienes cené, y luego estuvimos hasta tarde repasando los métodos de aprendizaje de español que tienen en el ordenador, y el montón de otras cosas interesantes que Mohammad ardía en deseos de mostrarme.

Mohse ante  el takieh de Amir Chajma.

La fachada de la mezquita principal.

El patio.



Abrazos para todos.





1 comentario:

  1. ¡Chache, cuantísimos sitios preciosos estás visitando! Por aquí, Darío I el pequeño te manda recuerdos, je je.

    ¡Besos!
    Yoya

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