lunes, 30 de julio de 2012

XV. Tayiquistán (v).

Queridos lectores:

A la mañana siguiente (06.07.12) fuimos a ver la primera atracción local: unos antiguos petroglifos en las rocas de la ladera. Se supone que los hay prehistóricos, con siluetas de la fauna local. Tras mucho subir por una empinada ladera, acompañados de varios niños que vendían rubíes legítimos a precio de saldo (o eso decían ellos), nos defraudó comprobar que los petroglifos estaban mezclados de manera irreparable con montones y montones de pintadas modernas. Al menos disfrutamos de las vistas sobre el valle.


La mesonera del día anterior, a contraluz.

Había más pintadas que petroglifos.



La siguiente parada eran las ruinas de una de las varias fortalezas que guardaban el valle. Este valle cierra por el norte el corredor de Wakhan, que en el curso del denominado "gran juego", ingleses y rusos acordaron dejar en manos del reyezuelo local, para evitar que sus respectivos imperios tuvieran una frontera común. La Historia tiene muchos caprichos así.


Luego las ruinas de unas estupas budistas milenarias, y otra fortaleza, ésta junto a un manantial de aguas termales. En una pequeña cabaña sobre una zona más remansada del torrente, cada quince minutos se alterna el acceso para hombres y mujeres. Un servidor primero, y Rebekka después, nos animamos a bañarnos. Es creencia local que las formaciones de calcita que hay en la bañera natural confieren fertilidad a quien las besa, pues se supone que evocan la forma de un útero (debían ser buenos anatomistas los antiguos lugareños). Tuve cuidado de no besar nada, máxime cuando cinco hombres del pueblo se estaban bañando al mismo tiempo que yo. Nunca se sabe quién ha pasado qué por dónde.

La estupa milenaria, una rareza en tierra musulmana.


Otra fortaleza.

La noche la pasamos los cuatro en otro albergue cercano. Como los otros, no es sino una casa particular en la que, en temporada, los dueños dan comida y cama a los visitantes, mediante concierto con la asociación local con la que contratamos en Khorog. Las casas suelen tener un gran salón con tarimas alrededor, y a veces alguna dependencia más. Como se duerme en el suelo, sobre mantas y edredones el sistema funciona fácilmente.El salón opera también como centro de oración semanal, por turnos (no hay mezquitas), y cada una de sus vigas, de número fijo, simboliza no sé cuál pariente del profeta.

Salón de una casa típica.

El plato fuerte del último día iba a ser el mercado semanal de Ishakshim. Este mercado tiene la peculiaridad de celebrarse en unas isletas en el río, a medio camino entre los dos países. De hecho acuden afganos y tayikos por igual, y esa es la gracia. Para nuestra contrariedad, cuando llegamos al pueblo nos enteramos de que el mercado se había desconvocado ese día. La razón: violencia o amenaza de violencia en Afganistán. No había nada que hacer.

Los pabellones de mitad de la fotografía 
son los que albergan el mercado, en el río.

Volvimos al pueblo propiamente dicho, donde recorrimos el mercado normal, me topé con una de las señoras del viaje en coche, que me reiteró su invitación a la boda, y luego seguimos por el valle, hacia el norte. Nos desviamos para visitar otro manantial de aguas termales, el de Bibi Fátima, que forma unas excrecencias minerales al aire libre como las que se ven en Yellowstone (EE.UU.) y Pammukale (Turquía), sólo que infinitamente más pequeñas. Comimos junto al río, paseamos por el valle, y luego reanudamos camino hasta Khorog.

Parte del mercado normal.
 
Paredes de caliza en las termas.

El modo tradicional de lavar las alfombras:
en la carretera.

Allí pagamos al chófer, revisamos el correo electrónico en un locutorio y nos emplazamos para cenar juntos luego los cuatro compañeros de viaje. Yo aproveché para instalarme de nuevo en casa del vecino de Zak, y pasarme a saludarle a él y a su familia. Luego hice un poco de tiempo en el estadio local, viendo un soporífero partido de fútbol.


Ni siquiera consiguieron tirar a puerta.


Cenamos junto al río, y luego un profesor de inglés del pueblo, amigo de Rebekka, Khurshed, nos llevó a tomar otra cerveza. Khurshed es profesor de inglés y literatura en un colegio especial de la fundación del Aga Jan, en el que dos docenas de alumnos selectos se forman con la posibilidad de continuar estudios en el extranjero. Me explicaba apesadumbrado que en todo el país no hay ni una sola editorial que valga la pena, y en la capital ni siquiera una librería que merezca el nombre. Hablamos también de la guerra civil, que según él se había debido sobre todo a que el gobierno central y los tayikos en general no querían reconocer que los pamiríes son en realidad un pueblo distinto. No quise ahondar en este tipo de conversación sobre identidades étnicas, siempre resbaladizo. En todo caso, Khurshed lamentaba el retraso en desarrollo de su pueblo, acentuado por la corrupción y el provincialismo de sus dirigentes.

A las siete de la mañana (08.07.12) ya me había puesto en marcha hacia el aeropuerto de Jorog. Gracias a la gestión de Zak, mi nombre estaba en la lista de los elegidos para ese día. También el de Rebekka, pero ella postpuso el vuelo un día, y eso a punto estuvo de costarle  quedarse en tierra, pues el dependiente decidió entender que ella había renunciado a volar. En estos países el transporte es muy impredecible y, sobre todo siendo extranjero, no hay que confiarse lo más mínimo.

Con una hora de retraso, a las once, emprendimos vuelo. El avión, de doble hélice y para diecisiete pasajeros, ni uno más ni uno menos, no remonta las montañas, sino que sigue el valle, deshaciendo el mismo camino que una semana antes hice en coche, sólo que en apenas una hora y cuarto.
Aunque es difícil juzgar distancias así, por la ventanilla podía ver que superábamos los collados del inicio por no más de cien metros, flanqueados siempre por montañones de entre cuatro y cinco mil metros. Aunque el valle se abre paulatinamente, a ratos las montañas se sentían muy próximas, y en general el vuelo es una experiencia muy emocionante.



 

Cara de ilusión.





Llegando a Dushanbe.

En Dushanbe cogí un taxi que, para variar, dijo conocer el destino y luego se desesperó por encontrarlo. Iba a casa de Rebekka y Sabine, en la que ésta me había cedido graciosamente su habitación. Me presenté a Hassan, un cirujano ruso recién llegado y que ocupaba la tercera habitación, y me instalé. El resto del domingo se fue en lavar la ropa, prepararme algo de comer y disfrutar de la casa, muy agradable.

Me fui a primera hora a la embajada de Uzbequistán (09.07.12), donde debían tenerme preparado el visado que solicité diez días atrás. Tras más de dos horas de espera, por fin me lo dieron, expedido en el día. Como el kirguís antes, el servicio consular uzbeco no parece muy interesado en respetar sus propios plazos. Aún más: a mi me dieron el visado sin aportar carta de invitación (la pesadilla de los viajeros), mientras que a un chino y a una neozelandesa se lo denegaron por esa razón. No sé si los europeos tenemos distinto trato, o si tuve suerte en las aparentemente erráticas decisiones de las embajadas (las evidencias, contrastadas experiencias propias y ajenas, abundan).

Al poco de regresar a casa llegó Rebekka, sin más novedad que cierto revuelo en su oficina porque al jefe no le hizo gracia que me hospedaran. Comimos juntos y, pese a lo tentador de quedarme una noche más en tan cómodo piso, llamé al coche que había concertado en la calle para llevarme a la frontera, en Tursunzoda, a hora y media. Acerqué a Rebekka a su trabajo y nos despedimos.

Aunque lo más rápido habría sido dirigirse a Samarcanda por el norte, la frontera está cerrada en ese punto, por lo que hube de ir pasando por Denau y dando una vuelta tremenda. En la frontera cambié algo de dinero a los cambistas callejeros por la hiperinflacionaria divisa uzbeca, y caminé para pasar los varios puestos y soldados que querían ver mi pasaporte, unos más sonrientes que otros. Afortunadamente y sin que yo lo pidiera, aunque sí lo deseara, los militares de ambos países me dejaron pasar por delante de la muchedumbre (sobre todo mujeres) que esperaba para ser ceremoniosamente inspeccionada e interrogada. Los trámites fueron más rápidos de lo que esperaba.Ya estaba en Uzbequistán.


XVI. Uzbequistán (i).

Evité a los taxistas más agresivos y me subí a uno colectivo con una señora y un par de señores mayores, que parecían serios, rumbo a Denau. Uno de los pasajeros, acompañado del que presumí su nieto, iba también a Samarcanda. Con su permiso, me convertí en su sombra al llegar al mercado, donde tras mucho esperar conseguimos pasaje los tres en un coche que salió pasadas las siete de la tarde.

El lío padre en Denau.


Llegamos a Samarcanda a las cuatro y media de la madrugada. Paradas para cenar, cambiar una rueda pinchada, repostar gas, cambiar viajeros, y también para  pasar no menos de dos controles policiales antidrogas (eso dicen), con revisión por rayos X del equipaje en medio de la nada y en medio de la noche. Los oficiales se aburrían y requirieron en ambos casos mi presencia separada para saludarme o, más bien, marearme con simplezas que se pretendían amables pero que estaban fuera de lugar. El viaje fue pesadísimo. Ibamos cuatro adultos además del niño y el conductor, y hasta los topes de carga. Tanto que en más de una ocasión pude sentir el roce del suelo contra la calzada en las pésimas carreteras (más bien caminos de herradura) uzbecas. La plegaria musulmana al comienzo y al final estaban más que justificadas: es un auténtico milagro que con esos coches, esa conducción, ese tráfico y esas carreteras, viajando de noche cerrada, no tuviésemos ningún percance ni siquiera cuando pinchamos.

El conductor me dejó a la puerta de un hotel cualquiera, en el centro. Sobresalté a la gobernanta con el timbre, y sin perder tiempo en formalismos me pasó a una habitación bastante agradable y a buen precio. Me dispuse a dormir todo lo que pudiese.

Abrazos para todos.

3 comentarios:

  1. Qué paisajes más espectaculares, y menudo vuelo... Lo que tú llamas cara de emoción otros lo llamarían cara de acongoje, ja ja.

    Besos.

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  2. totalmente de acuerdo con Yoya, pero he de confesar que yo disfrut'e como un enano el vuelo en avioneta sobre las l'ineas de Nazca y el aterrizaje en el Cusco, que es peliagudo...adelante

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