miércoles, 18 de julio de 2012

XV. Tayiquistán (iii).

Queridos lectores:

Madrugón, nos recoge alguien y nos lleva a la estación de todoterrenos que van al Pamir (02.07.12). Ercilia tiene asiento asegurado, delante, pero yo no. Negociamos y al final consigo asiento en la fila del medio, detrás de Ercilia, y por el precio justo. Para mi enorme fortuna, junto a mí se sienta Zak, un hombre joven estadounidense que lleva casi cuatro años en el país, con su familia, y habla muy bien el idioma además de conocer los usos.

Coches para el Pamir.

Zak es, aparte de una gran suerte para Ercilia y para mí, un tío divertido y con buena conversación. Cuando aún no llevamos mucho recorrido ya me ha invitado a dormir en su casa. Se lo agradezco, llegaremos tarde seguramente y me vendría muy bien, como también sus consejos para los días siguientes. Zak está encantado de ayudarnos.

Con triciclo de emergencia en la baca.


Zak, Mary y sus hijas Hannah, Nadia e Isabel, viven en Jorog, la capital del Pamir, a unos dos mil metros de altitud entre enormes montañas. El Pamir es una de las cordilleras que escoltan al Himalaya. Vinieron a visitar a un amigo con idea de quedarse si les gustaba y organizar algo que pudiera ser de utilidad para la comunidad. Varios años después, Zak dirige una pequeña compañía que ayuda a los granjeros a secar la fruta excedentaria (mediante ingenios específicos) y ampliar así sus posibilidades comerciales. La cosa es aún incipiente pero no pinta mal, me asegura. Me cuenta también que para los tayikos prosperar honradamente con un negocio ordinario es muy difícil: la corrupción lo impide.


El coche, aunque un todoterreno con gran fama de dureza, tiene problemas mecánicos nada más empezar. Resulta que una rueda está mal fijada. Lo arreglan, pero luego el motor se calienta más de la cuenta. Hemos de ir parando a cada poco. Zak y un servidor le sugerimos al conductor que abra el circuito del aire caliente, lo cual hace para tormento de Ercilia, y algo sirve. Somos ocho personas además del chófer: seis adultos y dos críos. Estos coches son más grandes de lo que parece, o la razón entre comodidad y negocio que tienen los tayikos, más ajustada. Las señoras con los críos (los cuatro en el gallinero) van a una boda y nos invitan. Por ley, los festejos matrimoniales no pueden durar más de tres horas ni tener más de doscientos invitados. Antes eran un no acabar, según me explican.

Se suceden las horas y el calor implacable, sin apenas sombras. Paramos a comer y a cenar (el menú es a escoger entre los mismos tres platos típicos en cada sitio: a base de arroz, carne, o mezcla). La carretera, que sólo tenía trazas de asfalto muy al principio, no es más que un camino grande de cabras. En algún punto se ve el firme roto y un camión y un coche caídos en la cuneta. No hay grúas por aquí, así que seguramente se quedarán así per secula seculorum. Parece que el Pamir estaba en el bando perdedor de la guerra civil y que el gobierno no tiene ningún interés en dotarlo de una carretera, una, que se pueda llamar tal. O eso se escucha por esa parte.

La carretera discurre por la orilla derecha de un río de montaña, caudaloso y rápido, que es la frontera natural con Afganistán. Podemos ver los caseríos afganos en las estrechas vegas que concede el paisaje. También vemos a los afganos, a veces no hay ni cien metros de ancho, aunque el río es proceloso y sólo se podría salvar con un puente. Nosotros por lo menos tenemos la carretera, ellos sólo un sendero.


Empieza el Pamir.
A la derecha del río, Afganistán.

Aldea en Afganistán.

Aquí Afganistán está a la izquierda y al fondo.

Me emociona pensar que todo el rato estamos viendo Afganistán. Zak me dice que me puede conseguir un visado si quiero visitarlo. ¿En serio? Sí, por lo menos antes se podía. Me encantaría, pero en principio tengo otros planes, quiero visitar el alto Pamir. Y mi amigo Marcos me dijo que no fuese a Afganistán; claro que él es militar y estuvo en un campamento del ejército.

Séneca: "encontraremos un camino, y si no, lo abriremos"
... con ayuda de los chinos.

Se nos hizo de noche, y a la luz de la luna casi llena podía ver el río enfrente, Afganistán a la derecha y la vereda estrecha de la carretera a la izquierda, por pendientes inestables de tierra desmoronada, a unos cuantos metros sobre el río. Cuando la vereda nos acercaba al agua, pensaba aliviado que si se derrumbase de súbito nos ahogaríamos igualmente, pero por lo menos nos ahorraríamos el trastazo de caer veinte metros.

Nada de eso pasó. Dejamos a Ercilia en su destino, una hora antes del nuestro, y llegamos a casa pasada la medianoche. Saludé a Mary y me acosté en el salón. Las niñas querían haber festejado el regreso de su padre y había globos y algunas pancartas, pero se había hecho tarde y estaban durmiendo. Fueron diecisiete horas de camino.

Como dormí con tapones en los oídos, apenas sentí las carreras de sus hijas hasta que Zak me despertó con una taza de café (03.07.12). Tres niñas pequeñas y un surtido de ojos azules y verdes. Papá necesitará una escopeta para contener a los moscones. Mary está de acuerdo: Zak va a tener mucho trabajo en unos años. La familia está encantada de vivir allí, y prevé quedarse algún tiempo. Las niñas nacieron en América, para lo cual viajaron ex profeso en el caso de Isabel, la benjamina. Todas hablan tayiko (Isabel balbucea en esperanto, creo), además de inglés, por supuesto. Hannah está aprendiendo ruso en la escuela.

 
Zak con Nadia, y Mary con Isabel.

Isabel, Hannah y Nadia en la piscina.

Zak y Nadia me acompañan al aeropuerto, a ver si consigo reservar un billete de regreso. No es posible. Zak llevará una fotocopia de mi pasaporte en unos días, para que me apunten, lo cual es el método normal (e inseguro). Sólo hay un vuelo diario, con diecisiete asientos en un avión de hélice. Es verano y la gente va de la capital al Pamir, por eso no había sitio a la ida; se supone que a la vuelta hay menos demanda y posiblemente podré volar. Me encantaría, no sólo por ahorrarme la paliza de coche, sino por las vistas. La carretera aledaña al aeropuerto está abarratada: ha llegado uno de los hijos del Aga Jan, cabeza de la iglesia ismaelita a la que pertenece la mayoría de la región. La fundación del Aga Jan contribuye al desarrollo local. Me explica Zak que en la guerra civil lanzaba comida en helicóptero cuando las líneas de suministro quedaron interrumpidas en los valles. No sé si a cambio de eso o  por devoción general, sus fieles en todo el mundo le regalaron el duplo de su peso en oro (¿o eran diamantes?) cuando cumplió no sé cuántos años. Ver al hijo del Aga Jan equivale parcialmente a una peregrinación sagrada aquí, por eso todos quieren atisbarlo.


Zak y Nadia, en el mostrador del aeropuerto, 
que más parecía el postigo de una celda.
Vocación de servicio público, creo que se llama.

 
Vamos luego al centro de información, que dirige Jandya, una esbelta joven que habla muy bien inglés y muestra un afán y una eficacia que asustarían a su homólogo de Ohrid. Unos franceses buscan compañeros de viaje para el Pamir. Perfecto, que llamen al teléfono de Zak cuando aparezcan luego.
Zak tiene que volver a sus asuntos, y yo aprovecho para enviar unas postales (¿Eslovenia?, ¿qué país es ese?. En Yugoslavia. Ah, Yugoslavia, sí. Pero Yugoslavia ya no existe, ojo, ¡es Eslovenia!), escribir unos mensajes electrónicos en un locutorio (la cobertura en casa de Zak es errática) y visitar el museo regional.

El museo no está mal para ser lo que es. La joven que me acompaña para darme alguna explicación en inglés macarrónico se sorprende ante la velocidad con la que recorro las salitas. Not interesting? Yes, yes, miento, but I have not much time. Retratos y semblanzas de héroes locales, antiguos y caídos en la reciente guerra civil. Todo en ruso o en tayiko. Algunos útiles domésticos y unos aperos. Algunas fotos viejas interesantes. El primer piano que los rusos trajeron a la región. Unos cuantos animales disecados. Fin.


El quebrantahuesos del museo pertenece a una subespecie que caza patos...

;Más carneros de Marco Polo, leopardo de las nieves,
otros carnívoros ... y un lobo (¡sí!).

En casa, Zak me informa de que alguien me espera en la oficina de turismo, los franceses, parece. Antes me acompaña a casa de su vecino, que alquila una habitación, pues no se trata de hurtarles el salón, con tres crías madrugadoras, otro día más.

Los tales franceses se han encarnado en una sola chica: Rebekka, que además no es francesa sino suiza. Los franceses querían más días y ya han partido. Los planes de Rebekka coinciden con los míos y nos aliamos. Rebekka me pide que espere para salir el día siguiente, pues está de camino una amiga suya que seguramente se unirá, y si pudiésemos también encontrar un cuarto viajero para compartir gastos, mejor que mejor. Accedo aunque me pesa ya mucho el lento discurrir del tiempo en Tayikistán. Rebekka se compromete a organizarlo todo con ayuda de Jandya. Conforme pues.

Entretengo la tarde visitando los jardines botánicos, en las afueras del pueblo. Un taxi colectivo, un poco de autostop y estoy allí. Las vistas sobre el pueblo y el valle son muy buenas. Tres alcotanes me entretienen largo rato hostigando espectacularmente a las torpes cornejas que invaden su espacio aéreo.

Jorog, desde el jardín botánico.

Vuelvo al pueblo en autostop, ya no hay camionetas de línea. Me siento junto al conductor, que rechaza mi oferta de pagar el viaje, y me sobresalta un ruido fuerte: es el cristal de la ventanilla, que se ha caído y asoma ahora como un diente gigante de tiburón en la puerta. Ah, no pasa nada, no te preocupes. No me preocupo.

Voy a cenar al restaurante indio del pueblo (el pueblo es agradable, con un gran parque urbano en el centro, y el río Gunt que lo parte en dos), desde donde llamo, sin suerte, a Rebekka. Cuando ya me marcho pensando que tendré que pasarme por su albergue, aparece Zak. Ha venido a recoger las bicicletas de las niñas, que dejó otro día en el restaurante, y me da un recado de Rebekka. Perfecto. Cargo una de las bicicletas y nos vamos para casa (él a la suya y yo a la de su vecino). Quedo en llamarle cuando regrese. ¡Nos vamos al Pamir!

Abrazos para todos.


2 comentarios:

  1. Pero bueno... yo pensé que ya estabas en el Pamir... qué lío, he tenido que mirar el mapa... Sigo alucinada con la cantidad de gente amable que hay por el mundo... ¡Qué bien!

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  2. Hola Fernando! Voy a vivir a Shanghai! Te veré por allí o por algún lugar cercano? Sabrina (tu ex compi de karate italiana)

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