miércoles, 18 de julio de 2012

XV. Tayiquistán (i).

Queridos lectores:

Del control de pasaportes en el aeropuerto internacional de Dushanbe me mandaron a una pequeña oficina consular, donde tramité el visado sin problemas. La ventaja es que se puede hacer así, al llegar; la desventaja, que sólo en el aeropuerto de la capital, pero por lo menos dejaba atrás los apuros burocráticos que me acuciaron en las semanas precedentes.

Cogí un taxi, le pagué más de lo que correspondía (aunque fui más o menos consciente) y me fuí a un gran hotel en el centro, dispuesto a averiguar si tenía quién me acogiera esa noche o no. Hablé con Ryan, un doctor filipinio criado en Barcelona que trabaja para las Naciones Unidas y que antes de la treintena ha estado ya por casi todo el mundo. No podría alojarme, pero sí nos podíamos ver más tarde en su casa. Me instalé pues en otro hotel más modesto, y luego me fui para allá.

Ryan vive en la planta baja de un bloque de pisos que da a un patio de barrio. Allí, en una alfombra extendida sobre un gran palé de madera estratégicamente situado, pasa buena parte de su tiempo en verano, y es la referencia de la mayoría de los chavales del bloque, que le adoran. Tienen buenos motivos: Ryan les ha enseñado inglés, les cuida como médico, les ha abierto las puertas de su casa (están siempre abiertas), les entretiene y les trata con respeto, de tú a tú, les educa, les cocina y muy bien, por cierto, les deja el ordenador, les lleva de excursión por la ciudad y las afueras, etc. Sus padres también le adoran, y pese a que él mismo es un gran cocinero, tiene la casa siempre repleta de sabrosos obsequios. Los niños son todos muy majos, y tratan a su amigo Ryan con gran cariño y enorme respeto. Además, le sirven de perfectos intérpretes y le ayudan diligentemente en todo cuanto pueden.
Ryan me invitó a cenar y me dió útiles indicaciones sobre cómo visados y permisos que necesitaría para mis planes. Me despedí agradecido y me retiré al hotel, contento de estar en un país en el que las mujeres no son ciudadanas de segunda clase (al menos en teoría) y en el que, aunque muy recatadas casi todas, visten con libertad y muchos colores.

Primeras impresiones de Dushanbe.

El jardín central, con el palacio presidencial al fondo.

Edificio gubernamental y el (único) rascacielos, a la derecha.
Por problemas técnicos, las plantas altas no se usan.


El día siguiente se fue en gestionar el visado de Kirguistán, intentar el de Uzbequistán, y obtener el permiso para viajar a la región del Pamir (Tayikistán). Al mediodía, mientras esperaba a que diesen la hora de recoger el último, entré en un hotelón, a ver si pudiera conectarme a internet y adelantar algunas cuestiones. Lo siento, sólo lo hay en las habitaciones. ¿Y en cada planta? También. ¿Y no podría yo, pagando lo que sea, instalarme un rato en el rellano de alguna, por favor? No (ufano y definitivo): esto no es un business centre. Tras una mañana entera de burocracia con paseítos varios (fotocopias de esto, liquidaciones bancarias de lo otro), no me supe contener: ¡toma claro!, ¡ni Dushanbe es Nueva York, por eso se lo pregunto! La cosa quedó en que no, aunque creo que herí indebidamente el amor propio del recepcionista al cuestionar su conocimiento de lo que es un centro de negocios de verdad. Algunas cafeterías modernas tienen wifi, no pasa nada.


 Burocracia de la buena: con rejas,
 reenvíos de ventanilla en ventanilla y de todo.


Entre tanto, Ryan me había avisado de que, por marcharse su compañera de piso unos días fuera, sí podría alojarme, así que cuando acabé la jornada me fui para su casa. Por desgracia, Ryan, que había tenido un día muy duro en el hospital, perdió la llave y no se podía entrar. El padre de uno de los niños hurgó más de dos horas con la taladradora hasta que consiguió desbloquearla. Mientras, Ryan había tenido que ausentarse para cenar con su jefe, y yo me había decidido a marchar también a un hotel, por no molestar más, pero la puerta cedió justo a tiempo.

Convidé a tres de los chavales, los más cercanos a Ryan, a picar algo en casa e hice tiempo esperándole.

Ryan volvió muy tarde y cariacontecido. Ya a solas me explicó que había muerto un paciente en el hospital por falta de oxígeno, y que dos más probablemente murieran a lo largo de la noche. Lo malo es que el programa de las Naciones Unidas para el que trabaja entrega dinero más que suficiente al gobierno tayico precisamente para comprar oxígeno. Según Ryan, esos pacientes no tendrían ningún problema en reponerse en cualquier hospital occidental, o por lo menos en uno en el que la corrupción rampante no hubiese escamoteado el suministro de oxígeno. La indignación de Ryan era incontenible. Por eso su jefe le había invitado a cenar, para discutir de asuntos profesionales. Acabamos la conversación y nos fuimos a dormir.

El día siguiente (27.06.12) era la fiesta nacional de la paz y la unidad, fecha que conmemora el final de la guerra civil que asoló el país hace menos de dos décadas. Yo había decicido tomarme el día "libre", salvo por una tempranera escapada a la embajada uzbeca (abría ese día), para presentar la solicitud de visado que no me había dado tiempo la víspera. Me tomé luego un café en el bar más elegante de la capital (como cualquiera medianamente moderno de nuestro país), y estuve después tranquilamente en casa hasta que, con Ryan, Fara, Asis y Ferrugio (nombre italianizado por un anterior huésped), nos fuimos a comer a la plaza del teatro de la ópera. Cerveza para los adultos y refresco de cola (casi una religión para ellos) para los menores. Luego pasamos por el mercado de abastos, donde nos surtimos para una barbacoa posterior en el patio de casa. Les regalé a los chicos un buen balón de fútbol.

Puestos en un paso subterráneo.
 
Ferrugio, Fara, Asis y un servidor.

El teatro de la ópera.

 
En el mercado.

 Fuimos Asis, Fara y yo mismo a comprarlo, a una tienda del barrio. Según Fara, llevaban años ansiando ese balón, hecho en Pakistán y mucho mejor que los que se importan de China, según me explicaron. Con su ayuda, pagué un precio adecuado y nos lo llevamos. Quedó bajo la custodia de Ryan, y aunque los chicos me lo agradecieron mucho, dos días después ya lo habían pinchado.

Por la noche tuvimos la barbacoa prevista, los chicos, Ryan y un servidor. La carne ocupa un lugar preeminente en la cocina tayika. Tanto que tras tres días estaba un servidor ya saturado de carne a todas horas, pero aun así la cena fue muy agradable. Fin del día sin novedades, y a la cama.

Ryan, Ferrugio y Fara, atendiendo la barbacoa.
Detrás, la plataforma que es el centro del patio.



Abrazos para todos.

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