lunes, 16 de julio de 2012

XIV. Irán (y vii).

Queridos lectores:


Ya definitivamente tocaba partir (24.06.12). Alí organizó una pequeña sesión de fotos para conmemorar mi estancia en la puerta de la nevera, y muy amablemente me llevó a la estación de autobuses. Allí Alí me acompañó hasta el asiento en el coche de lujo y nos despedimos. En unas seis horas sin novedad llegamos a Teherán, y en otra hora más conseguimos atravesarlo hasta la estación de autobuses. Otra media hora en autobús urbano y por fin llegué a casa de Majid, que ya estaba avisado.
Como en las demás ocasiones semejantes, fue una sincera alegría reencontrarme con Majid, y un sentimiento reconfortante el de saber que se dirige uno a la casa de ya un amigo. En mi ausencia había acontecido un serio contratiempo en los negocios de Majid, que es dueño y director de una pequeña compañía de informática que da asistencia técnica a una institución pública, y su futuro empresarial estaba en el aire. Pese a ello, Majid no había perdido ni el optimismo ni el sentido del humor (siempre con un matiz inteligente) que le caracterizan.


Así da gusto ir en autobús.

Tras un rato de asueto por la tarde, nos fuimos a cenar a casa de Hassan, para culminar la invitación que la vez anterior quedó suspendida por el cansancio (de Hassan, sobre todo) tras la excursión al Damavand. Por el camino recogimos a Rusbe, que estaba empujando él solo el coche que a dos señoras se les había parado en una pequeña cuesta a la salida de una gasolinera. Le eché una mano y luego Majid, con mucha maña, consiguió arrancarlo y poner a las señoras en marcha de nuevo. Teherán tienen muchas y amplias avenidas, montones de viaductos y calles anchas, y absolutamente todos se rellenan de coches a las horas punta, como era el caso.

Me alegró mucho también reencontrarme con Rusbe, y luego con sus tíos, Hassan y Shahla, a los que se unió otro amigo de la familia.

En la casa de Hassan, como en la mayoría de las casas asiáticas, todo el mundo se descalza en el zaguán. El interior suele estar cubierto casi completamente por alfombras, y no es raro hacer vida en el suelo, despejado de muebles, que normalmente se colocan en la periferia del salón. También es de reseñar que los retretes de muchas casas modernas son de los llamados turcos, aunque también hay tazas de estilo occidental en muchas, o a veces los dos sistemas a la vez.

La cena fue copiosa y muy rica, y también la conversación. Pude comprobar el buen estado de la antena parabólica de su casa, con la que, entre otras, se puede ver "La voz de América", legendaria cadena que en su día (por radio primero, y por televisión después) fue la principal herramienta de propaganda de los Estados Unidos de América en la guerra fría, y que yo creía extinta hacía ya mucho. Pues no. Resulta que sigue existiendo y es una referencia que a los iraníes les parece ser útil, como también las emisiones especiales de la BBC en persa. O farsi, aunque esto les gusta menos porque, según me explicó Rusbe, en realidad debería decirse parsi, pero como los árabes no pronuncian la pé, se quedó en farsi tras su advenimiento en el país, siglos ha. Otra cosa que tampoco agrada a los persas, e incluso les fastidia mucho, es que se les tome por árabea. Pese a haber sido parte de imperios musulmanes, pese a que la religión preponderante (e incluso oficial, claro) sea el Islam, y pese a usar el alfabeto árabe, no lo son. Tienen su propia y extensa historia, con sus imperios, de la que están muy orgullosos, y de ninguna manera se identifican con los pueblos y países árabes. En esto, con mayor o menor vehemencia, estaban de acuerdo todos los iraníes con quienes comenté la cuestión.

Las paredes del salón de Hassan y Shahla estaban decoradas con copias de cuadros occidentales, incluyendo el Guernica de Picasso, por ejemplo. Hassan, Shahla y Rusbe nos entretuvimos luego en que me tradujeran los títulos de la bien nutrida biblioteca de la casa, en la que además de bastante política comunista, había mucha literatura universal. Nos divertimos comparando los primeros párrafos del Quijote y de "Cien años de soledad" en español y en persa. Yo tenía que madrugar al día siguiente para coger un avión, así que, sintiéndolo mucho, la velada se dió por terminada y nos fuimos a casa.
Una vez más, Majid bajó conmigo para asegurarse de que había llegado el taxi que me había pedido la víspera. Nos despedimos emotivamente, y me marché para el aeropuerto. Si, como dijeron por teléfono, me dejaban entrar, iría a Tayikistán.

Abrazos para todos.



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