sábado, 14 de julio de 2012

XIV. Irán (v).

Queridos lectores:

Mientras desayunábamos (20.06.12), aprovechamos para repasar la pronunciación de las dos o trescientas palabras que componían la primera entrega del método de aprendizaje de idiomas que devotamente siguen Mabube y Mohammad. El método, creado por no sé qué maestro y que Mohammad considera infalible, permite memorizar palabras mediante el trasiego de fichas por un caja con siete apartados, donde cada ficha se guarda siguiendo ciertas reglas mnemotécnicas. Sea como fuere, el inglés autodidacta de Mohammad es muy bueno, por lo que les auguro mucho éxito también con el español, sobre todo a Mabube, cuya pronunciación es excelente (Mohammad tiene pequeños vicios adquiridos del inglés).

Con Mabube no tuve oportunidad de hablar mucho porque, aunque lo entiende  bastante, no habla casi inglés. Con Mohammad nos reunimos dos parlanchines, aunque su energía supera la mía. Recién superada la etapa en la que ha tirado del carro de su familia de origen, le toca ahora centrarse en la prosperidad de la que constituyen ellos tres.

Esa es la verdadera inquietud de Mohammad, a quien, comprensiblemente, las apreturas políticas de su país no le preocupan más que como un indeseable ruido de fondo.

Esa, y, por unos días, tratarme del mejor modo posible, con una constante atención y un respeto más allá de todo merecimiento por mi parte.

Mohammad tenía que trabajar y Mabube atender a la nena, y tampoco quería molestar a Mohse otro día, así que me fui a ver la ciudad yo sólo, con el móvil de Mabube prestado para que me pudieran localizar una vez quedasen ellos libres.

El casco viejo de Yazd está formado por casas de adobe agrupadas en una medina de calles estrechas, en la que destaca la mezquita principal que había visto la víspera, y algunos otros edificios. Y los badguires: torres de ventilación en cuyo fondo un poco de agua contribuía a refrescar las habitaciones mediante la corriente que se forma por la diferencia de temperatura entre el aire caliente y el frío. La ciudad está en una zona desértica, no se olvide, en la que de vez en cuando soplan tormentas de arena de las que es obligado resguardarse. Paseé como único turista varias horas hasta que la familia al completo me recogió en su viejo coche.


 
Patio típico, en el museo del agua. 
Las ventanas simpre vienen en grupos de tres o de cinco.





La torre del centro es un badguir.

Templo zoroástrico en Yazd.

Comimos unos pinchos de carne y arroz sentados al modo tradicional, en una plataforma elevada, y nos fuimos luego a ver algunos pueblos de las afueras.

Aunque no lo parezca, no nos íbamos a comer a Anita. 

Los pueblos en sí mismos no eran especialmente pintorescos, pero sí el paisaje en general y en particular dos cosas más: los depósitos de agua, críticos aun hoy día y que se complementan con acueductos subterráneos; y una de las famosas "torres del silencio", en la que los seguidores de Zoroastro depositan los cadáveres de sus muertos para que se descompongan tranquilamente (cuando los había, los buitres se los comían, pero no ví ninguno).


Mabube ante un aljibe.

Pueblo en ruinas, junto a la torre del silencio.

Torre del silencio.
La corona una gran terraza con pretil.

Yazd es la ciudad más importante del zoroastrismo, religión antiquísima que todavía practican unos cuantos miles de personas en esa región. Al día siguiente visitaría su templo principal, donde arde una llama perenne, no porque adoren el fuego (los llaman templos del fuego), sino porque han de rezar hacia la luz como principio positivo de la dicotomía que rige su universo, y en tiempos la única luz que podía mantenerse artificialmente era la de las llamas.


A la caída de la tarde y para consternación de Mohammad, que lamentaba no poder dedicarme todo su tiempo, nos fuimos tranquilamente a casa, donde yo me entretuve en mis asuntos mientras él daba clases y Mabube trabajaba en sus diseños, analizando no sé qué de la obra de Kandinski con ayuda de algunos libros.

Por razones que, al decir de los iraníes, tienen bastante que ver con la política machista de los jefes religiosos, las mujeres tienen muchas dificultades para incorporarse en buenas condiciones al mercado de trabajo. Tanto que muchas con suficientes recursos prefieren dedicarse continuamente a los estudios antes que quedarse en casa o aceptar un trabajo pésimamente remunerado. Por eso hay muchas mujeres con varias carreras universitarias cuya preparación es desperdiciada. Otro logro más del régimen. Tres cuartos de lo mismo ocurre con muchos hombres jóvenes, aunque en este caso no parece que sea el factor sexual, sino el económico general, el que mande en su destino.

Por aprovechar el tiempo, había contratado la víspera una excursión de mediodía para visitar Javaná, Chak-chak y Meybod. Al final no se apuntó ningún turista más en el hotel que la organizaba (o sea, que sí había más turistas, aunque pocos y escondidos).

A la hora convenida (21.06.12) me recogió en su coche Masumeh, joven ingeniera en electrónica reciclada en guía turística, con la que pasé una mañana de lo más agradable recorriendo esos tres lugares. Por casualidad, tanto Masumeh, aún en la veintenta, como Mohammad, ya entrado en la treintena, habían sido destacados campeones de karate en su país. Mohammad me enseñó algunas fotos en competiciones, con medallas, exhibiciones y demás, pero había decidido renunciar hacía ya mucho a la que fue su pasión para centrarse en su familia. Masumeh sufrió una lesión de espalda que la tuvo un año postrada, con lo que ganó muchísimo peso (está librándose de él), y luego decidió pasarse al judo, que le parece un arte marcial que exige más cacumen que el karate, aunque yo se lo discutía (algo de judo, poco, hice también de pequeño). Al judo y al polo en canoa que, merced a los infatigables curas, ha de jugar vestida de arriba abajo, hasta con velo; aunque a juzgar por las risas con las que me lo contaba, no parecía preocuparle mucho. El absurdo llega al extremo de que la televisión iraní no difunde deportes femeninos

Paramos primero en Javaná, ciudad abandonada de adobe con un minarete desde cuya base el tonto del pueblo, o el tonto criminal del pueblo más bien, se dedicó a amenazar a Masumeh, supuestamente ofendido por sus aires modernos y seguros. Aunque era obvio lo que pasaba, Masumeh, que respondió con firmeza a los insultos (y que, pese a no estar en su mejor forma, seguro habría sabido defenderse sola: es cinturón negro tanto en judo como en karate) declinó mi ofrecimiento de intervenir.



Al acabar el paseo establecimos con un vecino albino la identidad del delincuente (las amenazas son un delito), un hombre en la treintena, con cara de loco. Quisimos denunciarlo a la policía turística (hay un cuerpo especial), pero no había ningún puesto de camino, por lo que al final de la jornada redacté una carta con mi testimonio para que Masumeh pudiera reforzar la denuncia que se proponía presentar.

De Javaná fuimos a Chak-chak, donde se halla el sancta sanctorum del zoroastrismo, en unos feísimos edificios de ladrillo vulgar en la ladera de un monte, en el desierto. Perseguida la heroína del mito fundacional por varios malhechores, invocó a su dios y éste, en vez de fundir a los malos con algún rayo certero, prefirió tragársela viva. Allí se creó el santuario. Hay que tener cuidado con lo que se pide, no vaya a ser que se lo concedan a uno.


Me caían bien los zoroastristas, eso de seguir el bien y no el mal, pensar bien, hablar bien y actuar bien. Mejor que el Islam de los ayatolas, por lo menos. O eso creía hasta que llegamos a la entrada del minúsculo templo: prohibido entrar calzados (aceptable), prohibido entrar a las mujeres menstruantes (inaceptable). La primera estupidez pseudorreligiosa (no sé qué hablaría Zaratustra con su dios sobre ginecología) ya antes de entrar. Qué poco duraron mis simpatías.

El altar del templo zoroástrico de Chak-chak 
(el nombre es una onomatopeya del goteo que se filtra por la roca del techo).

Le pregunté a Masumeh, que natural de Shiraz llevaba del velo sólo lo imprescindible, qué pasaría si se lo quitase en Yazd: las mujeres me matarían, respondió entre risas pero sin dudar ni un instante. Masumeh, inteligente, joven, preparada, con ganas de ver mundo, lamenta (como la práctica totalidad de las mujeres con las que hablé en Irán) tener que dejar de lado su preparación por falta de oportunidades, ser una ciudadana de segunda clase por razón de su sexo, tener mil dificultades para obtener visados de entrada en el extranjero, etc. Pero al igual que las restantes, lo hace sin bajar la cabeza, sin perder la esperanza y con un buen humor encomiable, del que tuve la fortuna de compartir muchas risas esa mañana.


La última parada era Meybod, que alberga los restos de un castillo antiquísimo, fabricado antes de que se aprendiese a hacer ladrillos regulares. Los muros más viejos son plastones apilados de adobe. Luego alguién inventó el ladrillo, y mucho después alguien más aprendió a cocerlo. Visitamos un caravasar, donde invitado por un artesano (de nuevo, actué de turista solitario toda la mañana), estropeé una alfombra que estaba haciendo a mano; y un pozo de hielo, al estilo de los que se ven también por España, con  una acústica muy curiosa.

Masume ante el castillo de Meybod.

Justo esta alfombra tiene una fila chapucera (la mía).

El interior del pozo de hielo.


Realmente sentí no tener más tiempo para aceptar la sugerencia de Masumeh de hacer otra excursión centrada en lugares naturales, que hubiera sido más de mi interés, pero me esperaban cuatro horas largas de autobús para llegar a Isfahan, mi siguiente destino.

Mohammad me llevó a la estación de autobuses de partida, y Alí bajó de su piso para recogerme del taxi que me había llevado desde la estación de autobuses de llegada, a través del formidable atasco vespertino de Isfahán.

Abrazos para todos.

2 comentarios:

  1. Muy interesante país y muy didácticos tus comentarios.Pobrecillas las iraníes, malditas religiones.Besitos

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  2. Disculpa no se como te llames pero me gustaría aclararte que la restricción Zoroastriana sobre la inaccesibilidad de las mujeres en estado de menstruación a templo de Chak - Chak no obedece a la segregación sexual imperante en la mayoría de la religiones, si no a la impureza ritual que ocasiona la menstruación o la emisión de semen. Puesto que en algunas culturas la menstruación y la emisión de semen te deja impuro ritualmente.

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